La recepción del nuevo hotel boutique se encuentra en la que fuera la pasteleria La Sin Nombre, abierta en 1862.

La proliferación de hoteles de interior en Menorca ha convertido los establecimientos boutique en un parte de su paisaje habitual. Uno de los últimos que ha abierto sus puertas ha sido Can Sastre, ubicado en pleno centro de Ciutadella, recuperando de manera integral una casa familiar del siglo XVII en la que antiguamente existió una conocida pastelería. La existencia de una gran cantidad de edificios antiguos y catalogados, sumado al gran atractivo turístico de la propia ciudad, convierten a Ciutadella en el epicentro de este tipo de alojamientos donde se han puesto en marcha durante esta última década 35 de los 60 que hay actualmente en toda la isla. Cada uno de ellos intenta ser único, como únicas son las historias que se esconden detrás de sus paredes. Seguramente el relato detrás Can Sastre sea el más dulce de todos y es que el mostrador de la antigua pastelería La Sin Nombre, donde trabajaron cuatro generaciones de la familia, se ha convertido en la mismísima recepción del hotel.

PASTELERÍA. Botes de cristal, balanzas, utensilios de época de pastelería, recetas de familia, detalles que marcan la diferencia y que son capaces de generar un ambiente cálido, solo traspasar sus puertas de este nuevo hotel de trece habitaciones inaugurado en 2019. «Es un proyecto muy pensado que se ha llevado a cabo con mucho cariño y cercanía para transmitir su esencia a todo aquel que lo visita. Es una fuente de inspiración y energía cada vez que voy», explica emocionado Bep Sastre, propietario y promotor junto a su esposa Magda Bosch y sus hijos Mar y Francesc. Ellos encarnan la cuarta generación de Can Sastre, una saga de maestros pasteleros que durante casi cien años fueron un referente en la ciudad.

Recepción Can Sastre
La recepción del hotel con el antiguo mostrador restaurado.

Lo que ahora es un hotel en 1862 era la pastelería La Sin Nombre de la familia Sastre, conocida como ‘Can Poldo’ refiriéndose al bisabuelo Esteve Leopoldo Sastre, quien había emigrado a Buenos Aires y se ganó la vida como pastelero. A su regreso emprendió con este oficio aprendido y el negocio se mantuvo abierto hasta 1987, prestigiando a La Sin Nombre en el arte del buen hacer pastelero, con sus pios, braços de gitano o tortades russes. «Era una pastelería con mucha fama, especialmente entre las casas nobles y los miembros del clero, que eran unos de sus principales clientes», explica Sastre. «Nosotros hemos querido recuperar de algún modo un trocito de la historia original de la casa, rescatando las máquinas de fabricación de caramelos del año 1840, el papel original para envolver pasteles y turrones de principios de siglo o los utensilios que se usaban para fabricar los mismos dulces durante la época», explica Sastre. «En la entrada mantenemos la bicicleta que usaba mi padre y también los muebles antiguos de la casa original de inicio del siglo XIX. Decidimos restaurar artesanalmente el antiguo mueble expositor de la pastelería con sus espejos, las vitrinas, los frascos de caramelos originales y su inigualable color rosa, una seña de identidad de La Sin Nombre», añade.

PROYECTO. La gestación del nuevo hotel ha sido un proyecto de largo recorrido que arrancó cuando el inmueble quedó definitivamente vacío en 2006. «En aquel momento no existía el boom hotelero de ahora y teníamos la duda sobre qué hacer con un inmueble de más de 1.300 metros cuadrados. Como nos apasiona el mundo de la hotelería, tomamos este camino conscientes del reto que suponía, pero antes tuvimos que esperar nueve largos años para conseguir la autorización municipal del cambio de uso», suspira Sastre. Con tanto margen de tiempo para soñar en el nuevo hotel, Bep y Magda se dedicaron a recoger ideas de centenares de establecimientos en los que habían estado y que les habían cautivado. «Todavía lo seguimos haciendo», reconoce.

Propietarios Can Sastre
Magda Bosch y Bep Sastre, propietarios del nuevo hotel.

Las obras se ejecutaron en prácticamente nueve meses y para llevar a cabo todo el proyecto contaron con el arquitecto Miquel Valera Taltavull para la rehabilitación y Alberto Cortés de Ksar Living para el interiorismo. «El encargo de diseño fue un poco una carta blanca en el que se transformó el inmueble desde los cimientos, con casi todo hecho a medida para el hotel», detalla Sastre. «Se diseñaron baldosas de cemento a medida para cada espacio, con patrones y colores que complementaron la arquitectura atemporal con un diseño interior elegante y el mobiliario estampado», añade. La iluminación también se creó a medida, se escogieron unas bañeras profundas y piezas de arte contemporáneo que nos aportaban un elegante toque de modernidad a cada habitación y cada suite con una personalidad distinta», explica el propietario. «Desde el concepto inicial hasta incluso los uniformes de las seis personas que trabajan aquí, las vajillas, la cubertería de uso diario o el ascensor tuvo el toque de Alberto», detalla.

El hotel cuenta con distintas zonas comunes en las que el huésped se puede sentar a leer o tomar algo en compañía en su honesty bar, un bar de autoservicio. Can Sastre también tiene la capacidad de acoger eventos de pequeño formato porque dispone de espacios para cada ocasión, como la bodega. «Nuestros clientes dicen que el desayuno es uno de nuestros mejores baluartes. Lo servimos en el comedor, que se encuentra bajo una bóveda de piedra de marés, típico de estas casas antiguas del centro histórico de Ciutadella», comenta. El hotel abre todo el año. En Can Sastre se percibe que no hay nada dejado al azar y que no se han escatimado recursos a la hora de llevar a cabo la reforma, donde incluso los amenities en las habitaciones tienen un valor diferencial al ser de la prestigiosa marca Flories, creada por un menorquín en 1750 que se instaló en Londres y que es proveedor de la Casa Real Británica.

Hotel Can Sastre
La decoración combina arte contemporáneo y muebles antiguos que le dan un toque moderno.

SOSTENIBILIDAD. La sostenibilidad está también muy presente en el nuevo hotel, que ostenta vistoso en la puerta el sello Reserva de Biosfera, un distintivo de sostenibilidad que identifica y pone en valor a todas aquellas empresas que desarrollan su actividad económica en la isla con iniciativas para proteger el medio ambiente, la cultura y la sociedad menorquina. «Va en nuestro ADN, ya que nosotros hemos sido una familia de emprendedores que no hemos dejado de crear cosas e involucrarnos», comenta Bep Sastre. Pese al poco tiempo que lleva abierto, ya ha recibido el reconocimiento no solo de los clientes que empiezan a repetir estancia sino también el institucional, al ser merecedores del Premio Amorós de Arquitectura que concede el Ajuntament de Ciutadella desde hace seis años y en el que se puso en valor el trabajo de rehabilitación llevado a cabo.