Shu Ibiza está situado en la playa de Talamanca, una de las tres playas urbanas con las que cuenta Eivissa. | Daniel Espinosa

Talamanca es la playa por excelencia de los vecinos de Vila, la capital ibicenca. Lo suficientemente cerca como para ir andando y lo bastante lejos del centro de la ciudad como para no considerarla una playa urbana al uso. Familias, jóvenes, jubilados y turistas pasean a diario por la pasarela de madera que discurre sobre la arena. La mayoría de los establecimientos de restauración han echado el cierre tras una buena temporada turística poscovid. No es el caso de Shu Ibiza, el restaurante regentado por Martin Anemole y Kiko Malcarne, dos italianos establecidos en Eivissa desde hace muchos años y que unieron su experiencia en el sector para relanzar lo que antaño fue una histórica pizzería.

Sin embargo, los inicios no fueron fáciles ya que tras años intentando hacerse con la propiedad del establecimiento, por fin lo consiguieron en el invierno de 2020, cuando pocos podían prever el gran cambio que estaba a punto de acontecer. «El 20 de febrero nos dieron las llaves y al cabo de unas semanas nos encerraron a todos por la pandemia de covid», recuerda Anemole. «Llevábamos tiempo queriendo hacer cosas juntos. Hemos aguantado la pandemia y la gente nos transmite su ilusión. Shu Ibiza ya es un restaurante reconocido, estamos en el mapa. Para nosotros es como la Sagrada Familia porque nunca dejaremos de mejorar nuestro establecimiento», añade este socio.

CARTA. Shu Ibiza dispone de una amplísima carta de platos de cocina mediterránea fusión, italiana, pizzas y la gran novedad: el sushi. «Está teniendo mucho éxito y los clientes nos lo agradecen», afirman Anemole y Malcarne. Una clientela internacional que sabe que en Talamanca puede disfrutar de un buen plato de pasta maridado con una copa de vino siempre que quiera, ya que Shu Ibiza no cierra sus puertas en invierno. «Nuestra idea es tener abierto todo año porque entendemos que así podemos encontrar a más gente buena para trabajar. Lo fácil sería estar abiertos ocho meses y los otros cuatro totalmente despreocupados, pero hacemos este sacrificio por los trabajadores aunque estemos perdiendo dinero», explican. Unas complicaciones que en días de mal tiempo se multiplican ya que poca gente quiere comer en primera línea de mar en días ventosos o con lluvia. En temporada baja, Shu Ibiza abre de doce del mediodía a seis de la tarde y tiene una gran deferencia con los residentes en la isla, ya que les ofrece un 15 por ciento de descuento.

«Miramos mucho el producto porque antes de ser hosteleros hemos sido clientes y sabemos lo que nos gusta y lo que les gusta a los demás. Vamos probando muchas cosas, cuidando los sabores. Tenemos una súper carta de vinos, muy variada. Ofrecemos sushi de calidad en la playa y tenemos una abanico muy amplio de carnes, pescados y pastas, pero lo mejor es el buen ambiente que se respira», apuntan los socios Malcarne y Anemole.

TRABAJADORES. En temporada alta, Martin y Kiko dan trabajo a entre 50 y 60 personas. Unos trabajadores que les cuesta mucho conseguir debido al gran problema que tiene la isla con la vivienda. «Está todo carísimo. Es un drama que me estresa muchísimo», asegura Anemole. La escasez de pisos de alquiler a precios asequibles se ha «agravado» tras la pandemia ya que a muchos temporeros no les sale a cuenta desplazarse hasta Eivissa pese a cobrar un buen sueldo, ya que muchos deberían compartir no ya piso sino una habitación durante todo el verano. «Eivissa no se puede permitir dar un servicio tan bajo. No puede ser que la gente que se aloja en un hotel de cinco estrellas no encuentre un taxi para salir a cenar. Y dar un buen servicio solo se consigue con gente profesional, pero si no hay suficientes trabajadores es imposible», sentencian los socios del Shu Ibiza.

Shu Ibiza
En Shu Ibiza los comensales pueden comer a pie de playa tanto en verano como en invierno.

Tras un 2020 en el que pudieron trabajar muy poco por culpa de las restricciones propias de la pandemia, en 2021 y 2022 se han podido desquitar del mal sabor de boca que les dejó el primer ejercicio. Y eso que alrededor de su restaurante no han tenido todos los servicios que cabría esperar de una playa de la categoría de Talamanca en una isla turística como Eivissa. «En 2021 no se instalaron hamacas y este año no las han puesto hasta el mes de julio», se queja Kiko Malcarne. A esto hay que añadir las quejas recurrentes de los establecimientos de la zona por la tardanza del Ajuntament d’Eivissa a la hora de retirar la posidonia que durante el invierno se deposita de manera natural en la orilla. Una planta marina que, al secarse, desprende un olor desagradable que ahuyenta una clientela en busca de un bar o restaurante en primera línea de playa.

Malcarne y Anemole coinciden con las reivindicaciones de rebajas fiscales que también expresan muchos otros empresarios que también arriesgan su patrimonio al abrir en temporada baja, cuando lo más rentable sería bajar la persiana hasta el próximo verano. «Se debería dar una alternativa a las discotecas en invierno y promover la isla fuera de temporada. La gente no viene porque no hay nada abierto. En Cerdeña, la temporada es de solo dos meses pero el resto del año siguen volando aviones porque los negocios se mantienen abiertos», destaca Martin Anemole. «Si se dieran facilidades a los empresarios, la isla podría sobrevivir en invierno y muchos turistas vendrían los fines de semana», añade.

Ambos coinciden en que la Eivissa que conocieron a su llegada no es la misma que ahora. «Yo llegué hace 22 años, la isla me sigue gustando pero ha cambiado», destaca Kiko Malcarne. «Vine por la calidad de vida, por la sensación de libertad que se respira. La gente de la isla es maravillosa, siempre saluda. Aquí todo el mundo se siente como en casa, pero desde hace unos años todo el mundo quiere sacarle el máximo rendimiento a Eivissa. Se ha convertido en un gran negocio», lamenta. Martin Anemole no es partidario de ponerle freno a la llegada de turistas a la isla. «Yo también disfruto de la isla y de la gente cuando todo esto se relaja, pero Eivissa se convirtió en lo que es gracias al turismo. Es evidente que hay que respetar, cuidarla y que los turistas entiendan que deben portarse bien pero, ¿qué haremos si dejan de venir turistas? ¿Tumbar todos los hoteles?», se pregunta.