2022 ha sido el primer año que se ha podido viajar libremente, gracias a la supresión de todas las restricciones de la Covid. Las ganas de viajar, reprimidas durante 2020 y 2021, han explotado en 2022. La capacidad de reacción del turismo no ha tenido comparación con ninguna otra industria o sector económico después de la pandemia y lo ha logrado a pesar de la guerra y la inflación de precios. 2022 ha sido el año del turismo y posiblemente también lo será 2023.

La necesidad vital de volver a hacer una vida en libertad, el ahorro acumulado de esos años y una política fiscal expansiva, gracias a la suspensión temporal de las reglas europeas, que limitaban el déficit público de los presupuestos anuales y la deuda pública acumulada, ha permitido a España disminuir impuestos e incrementar el gasto en subvenciones, con el resultado de aumentar el ingreso de empresas y familias hasta lograr un crecimiento del PIB del 5% muy por encima del resto de los países europeos. A Europa le debemos la posibilidad de hacer una política más justa con la población y el incremento de la inversión en estos momentos inciertos, a través de los Fondos Next Generation. Qué sería de España si no estuviéramos en la Unión?

En 2022 la explosión del sector turístico en Balears le ha permitido crecer el doble que España en su conjunto y en el caso de Eivissa el triple, tal es su poder de atracción. Tanto la entrada de turistas como el gasto turístico han logrado un récord histórico por encima de los años 2018 y 2019. Y se espera que 2023 también sea una buena temporada. Pero ¿qué pasará más allá de esos años? ¿Cuáles serán los elementos que impulsen el crecimiento económico en el futuro? ¿Cómo nos afectarán las políticas que se están tomando en Europa para combatir la inflación? Y más adelante, cuando la economía se normalice, ¿podría el turismo asentarse sobre nuevas bases? Para lograr que aumenten durante la tercera década el consumo y la inversión en innovación y en capital humano, la mejora del bienestar, la eliminación de la desigualdad y la solución al cambio climático, hay que atravesar y solucionar primero los problemas más a corto plazo como la inflación, la energía y la guerra que sufrimos hoy. Parece que la inflación, que apareció inesperadamente, va a ser persistente. Que no volveremos al periodo anterior a la pandemia cuando teníamos inflación negativa o muy reducida. Puede ser que esta inflación sea incluso resistente a las nuevas políticas del Banco Central Europeo (BCE) que, como veremos, pueden llevar a Europa a la recesión. Que la inflación puede incluso convivir con la recesión, como en los años 80 del siglo pasado. El BCE ha dejado atrás su política de dinero barato y compra masiva de deuda pública. El nuevo objetivo del BCE es contener la inflación, aunque sea a costa de frenar el consumo y la inversión a través del encarecimiento de los préstamos y la reducción del dinero en circulación. El tipo de interés oficial ha subido cuatro veces en 2022 y lo seguirá haciendo el próximo año y el euribor, indicador más utilizado por la banca para calcular las cuotas de las hipotecas, se ha disparado por encima del 3%. Esta actuación afecta a millones de familias que han visto encarecerse su hipoteca, que, unido a la inflación general, ha empobrecido a la población de la noche a la mañana. Otro efecto colateral del aumento de los tipos de interés y de no apoyar a la deuda de los países que componen la Unión Europea es que incrementa la carga de la deuda a países como España, Italia, Grecia e incluso Francia, con primas de riesgo crecientes, que, como ocurrió en la Gran Recesión del 2008-13, impedirían dedicar los impuestos a cubrir las necesidades de sanidad, educación, infraestructuras y otras gastos necesarios, por tener que dedicar cada vez más dinero a pagar los intereses y la amortización de la deuda. Todos estos problemas afectarán negativamente a la economía de los próximos años.