Una semana en la vida de la larvada confrontación chino-norteamericana, da la medida de lo que es preciso llamar, con todas las reservas que suponen las analogías históricas, una nueva guerra fría. La palabra clave de esta época es la contención, un conjunto de medidas aisladas de USA que forman un cordón sanitario alrededor de China, país al que espera frenar su voluntad de actuar. Estados Unidos ha firmado con Filipinas un acuerdo para la apertura de nuevas bases americanas en el archipiélago, situado en el mar de la china meridional. No se trata tanto de promover el estacionamiento de personas, como de posicionar materiales, y repuestos y almacenar municiones; a propósito de un posible conflicto entre Taiwán y Pekín, así como de resolver delimitaciones de espacios territoriales y marítimos en al mar de la China. En las vísperas, el secretario de estado norteamericano anunciaba la reapertura de un embajada en las Islas Salomón, en el pacífico sur, después de un paréntesis de 30 años. No ha sido casualidad, esta zona se ha convertido en un lugar donde convergen rivalidades y una especial preocupación de los americanos por el creciente activismo de Pekín. En estos mismos momentos, hay discusiones en curso sobre un proyecto de ley para prohibir cualquier inversión norteamericana en el sector de alta tecnología en zonas supeditadas a China, por finalizar hay otras señales de alarma que hay que encauzar. La India de Narendra Modiy y USA han anunciado un posible acuerdo marco que comprende el desarrollo en común de un nuevo tipo de armamento. Paralelamente a la contención, aparecen posibilidades. Estados Unidos y China habían decidido después del encuentro en Bali al margen del G20, intentar un diálogo destinado a definir las reglas de una rivalidad compartida. Al igual que en la pasada guerra fría, después de la crisis de los misiles de Cuba en 1962, cuando americanos y soviéticos habían establecido procedimientos que permitían una coexistencia pacífica, ahora tienen previsto que Antony Blinken, secretario de estado de USA, vaya a Pekin próximamente, por primera vez desde su nombramiento. Esperemos que ésta pueda celebrarse superando posibles eventos similares a la crisis de histeria provocada por la aparición de un globo chino en los cielos de Carolina del Norte.

Durante un viaje a Polonia, hace una semanas, Biden se reunió con líderes de la franja oriental de la Unión Europea, y los elogió por su ayuda en la guerra en Ucrania, país del que acababa de regresar. La sensación de que la guerra había reorganizado el mapa de «quién importa en Europa» es palpable. Los países de la franja este de la UE sienten que ha llegado su momento en la narración; se está produciendo un cambio tectónico hacia el este. El poder se está filtrando rápidamente de la «vieja Europa», deslegitimada por haber estado tan equivocada con respecto a Rusia, en favor de los países que ahora se encuentran en la primera línea de la agresión del presidente Putin. La guerra es una oportunidad para un nuevo pensamiento y liderazgo. Ahora que Ucrania es candidata para formar parte del club algún día, algunos sueñan con que un nuevo eje entre Varsovia y Kiev, que podría proporcionar un contrapeso al existente entre París y Berlín.