La presidenta de Argentina Cristina Fernández saluda a los reyes de España en Mar del Plata. | Efe

La aprobación de una cláusula democrática para desalentar las intentonas golpistas se ha convertido en el eje de la XX Cumbre Iberoamericana, una de las más previsibles y menos concurridas de los últimos años.

El interés por la cita de la ciudad argentina de Mar del Plata comenzó a desinflarse a medida que se acercaba la fecha de inauguración, pero cayó en picado la víspera de la reunión, cuando se fueron confirmando las ausencias de «pesos pesados».

El rey Juan Carlos I, acompañado de la ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, encabezaron la delegación española, mientras el presidente José Luis Rodríguez Zapatero telefoneaba a la anfitriona, la argentina Cristina Fernández, para excusar su ausencia por la aprobación de un paquete de medidas económicas para hacer frente a la crisis.

La ya tradicional opacidad informativa del gobierno argentino, anfitrión de la Cumbre, no contribuyó precisamente a animar el clima, al menos en la sala de prensa instalada en el sótano del hotel Provincial, donde unos 600 periodistas acreditados quedaron literalmente atrapados por el exceso de celo de los organizadores.

Seguridad

La obsesión por la seguridad y el empeño en evitar el contacto entre funcionarios y prensa ha llegado a tal grado en esta Cumbre que ha sido imposible para los periodistas cruzar el conocido bulevar que rodea el hotel para tomar un café y cambiar de aires. Se ha intentado impedir que los periodistas pudieran llegar al cercano hotel Hermitage, donde se instalaron oficinas técnicas de varias de las delegaciones participantes en la Cumbre.

Ni siquiera se ha permitido el acceso al emblemático casino de Mar del Plata, a pocos metros del hotel Provincial, que ha visto caer peligrosamente su recaudación en estos días. En la sala de prensa fue habitual ver a periodistas tomando fotografías de las imágenes de televisión para ilustrar lo que sucedía, ante la imposibilidad de estar en el escenario de la cumbre. Ni siquiera el locuaz canciller argentino, Héctor Timerman, apodado «twitterman» en ambientes periodísticos por su afición a las redes sociales, ha revelado detalles de la reunión.