A pesar de la conmoción que está causando en el resto del mundo la victoria de Donald Trump, en las calles de Nueva York cuesta encontrar rastro de las elecciones estadounidenses. Apenas unas camisetas con la fotografía de Hillary Clinton que un vendedor ambulante ofrece con desdén o las portadas de los periódicos en los quioscos nos recuerdan que, hace siete días, un magnate multimillonario, desafiando a las encuestas que le daban solo un 20 por ciento de posibilidades de ganar, se había cargado de un plumazo a la candidata del establishment y había conseguido ganar las elecciones del país más rico y poderoso del planeta.

Nueva York parece no querer despertar de la pesadilla. Casi el 60 por ciento de los votantes de este estado, tradicionalmente demócrata, depositaron su papeleta a favor de Clinton, mientras que un 38 por ciento apoyaron el discurso de Trump. Sin embargo, es más difícil encontrar estos días un trumpista en Nueva York que un oso polar en el desierto. En ninguno de sus barrios encontramos, al menos públicamente, el más mínimo apoyo al futuro inquilino de la Casa Blanca.

El sábado, miles de personas colapsaron la Quinta Avenida para manifestarse ante la Trump Tower, la residencia del magnate y uno de los muchos edificios que lleva su nombre. El presidente electo ha sabido aglutinar a una mayoría de votantes desencantados con la política pero tiene por delante un mandato en el que deberá enfrentarse a numerosos colectivos en su contra. Feministas, migrantes, veteranos, ecologistas… Por la avenida principal de la capital del mundo desfilaron una treintena de organizaciones para mostrar su antipatía hacia él. Los ‘perdedores’ de las políticas machistas, xenófobas y demagógicas que defendió el magnate durante la campaña electoral proclamaron que, a pesar de los resultados, Donald Trump no era su presidente.

Bajo la sombra de las acusaciones de Trump, que criticó a los demócratas por alentar las protestas contra su triunfo electoral, algunos manifestantes se alzaron con el grito de ‘Ella tuvo más votos’ para recordar que su candidata superó al magnate en número de papeletas, olvidando las reglas del juego electorales estadounidenses, que dan la victoria a quien consigue más votos electorales.

Las pancartas que se alzaban durante la protesta mostraron las peores caras de Trump: un rostro encendido por la ira bajo el lema ‘Unidos contra el odio’, insertado en una fotografía con el cuerpo de Hitler, dedicado a «aquellos que no recuerdan que el pasado está condenado a repetirse» e incluso encerrado tras una señal de prohibido del logotipo de los Cazafantasmas.

Mientras tanto, en la estación de metro de 14th Street, un mosaico de ‘post-its’ cubre uno de los pasillos con mensajes de todo tipo en contra de Trump, algunos tan apocalípticos como los que muestran su temor por el futuro de sus hijos.

Sin embargo, más allá de protestas como esta, la vida sigue en otros distritos de la Gran Manzana y Harlem celebra su primera misa dominical tras la victoria de Trump con aparente resignación de la población negra, apenas el 13 por ciento en un país con aplastante mayoría blanca. ‘Que Dios bendiga a América’, se limita a decir el reverendo durante la ceremonia tras anunciar la victoria de Trump.

Tampoco en las calles dedicadas a Martin Luther King o Malcolm X de este barrio habitado mayoritariamente por negros y latinos encontramos muestras de rechazo contra el futuro presidente. Un cartel electoral de 2012 con el retrato de Barack Obama recuerda que el black power llegó a lo más alto con la elección del primer presidente negro.

Tras este paréntesis, el poder sigue siendo blanco y sigue estando unas manzanas más allá de donde siempre estuvo. Esta vez, en manos de un multimillonario que ha conseguido derrotar a los sondeos, los grandes inversores de Wall Street, los principales medios de comunicación y buena parte de los líderes occidentales que habían dado su apoyo a Hillary Clinton.