Gustavo Petro, el primer presidente de izquierda que asume el poder en Colombia, ordenó sacar la espada de Simón Bolívar de la Casa de Nariño, llevarla a la plaza de Bolívar y presentarla ante las más de 100.000 personas que esperaban presenciar una toma de posesión cargada de simbolismo. Fue su primera misiva en el ejercicio de su cargo y, al verla pasar, el rey Felipe VI no le presentó los mismos honores y respetos que el resto de los presentes. El gesto, o la ausencia del mismo, ha causado controversia en España y ha suscitado multitud de críticas en toda América Latina. ¿Por qué? Lo cierto es que tras la espada de Bolívar se esconde un símbolo cargado de patriotismo y una historia digna de una película o serie de Netflix.

Empezando por el principio, cabe mencionar las palabras que el propio presidente de Colombia, Gustavo Petro, profirió ante el abundante auditorio que le escuchaba con atención. «Esta espada representa demasiado para nosotros, para nosotras, y quiero que nunca más esté enterrada, quiero que nunca más esté retenida, que solo se envaine —como dijo su propietario, el libertador— cuando haya justicia en este país. Que sea del pueblo: es la espada del pueblo y por eso la queríamos aquí en este momento y en este lugar».

La espada de Simón Bolívar llegó fuertemente custodiada a la plaza que porta el nombre del libertador americano, padre de la patria colombiana y de algunas más, pues para muchos resume la esencia emancipadora que dio pie a la creación del Estado sudamericano. Además, hay que tener en cuenta que el arma permaneció largo tiempo en paradero desconocido, y de este modo hoy en día se conserva como oro en paño.

Debemos ponderar en su justa medida, además, que la emancipación de toda esa tierra del Imperio español no se produjo con métodos pacíficos. La sublevación militar de las élites y la guerra consecuente dio pie a la creación de la llamada Gran Colombia, y en este sentido las campañas que Bolívar capitaneó se antojaron necesarias para revertir el poder establecido durante siglos en el continente por parte de la potencia europea.

Fue mérito suyo expulsar a los últimos virreyes castellanos y en la cúspide de su tarea Bolívar ostentó el poder en un vasto territorio desde la frontera con Argentina hasta el Caribe. Como héroe nacional en Colombia, Venezuela, Panamá y Ecuador todo su ajuar fue conservado y ensalzado; lo mismo ocurrió con su espada favorita. Lo más relevante de su historia nos lleva directamente al año 1974, cuando la espada de Bolívar fue robada por la guerrilla urbana del M-19, en la que el mismo Petro militó en su juventud. Lo hicieron, al parecer, para lanzar un mensaje político.

El experto Miguel Ángel Gutiérrez, de la Universidad del Valle de Cali (Colombia), reseña que fue un grupo de cinco hombres el responsable de robar el mito hecho espada, y que durante casi veinte años el mismo permaneció oculto, pasando de manos y de escondite en escondite. Algunas veces en domicilios, otras en establecimientos y negocios de todo tipo, incluido un prostíbulo. Probablemente nadie en el lugar conociera el valioso contenido de ese 'paquete'. Además, la espada de Bolívar visitó Cuba, isla caribeña dominada por el poder revolucionario que mantenía simpatías con el M-19 de Petro.

Años después el M-19 emprendió la vía pacifista para lograr sus fines políticos. En el acuerdo con las autoridades colombianas constaba la devolución de la espada de Bolívar, acto que se consumó en 1991. Más de treinta años después, cuando Gustavo Petro concluyó su periplo político para transformar Colombia y acercarla a los sueños de libertad que el propio Bolívar insufló, pidió al ejército contar con la espada en su toma de posesión.

La guerrilla a la que Petro perteneció en su juventud dejó una marca negra en el lugar de donde sustrajo la espada y una nota que rezaba: «Bolívar no ha muerto. Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos y apunta ahora contra los explotadores del pueblo». Con su petición y sus palabras, el actual presidente de Colombia reforjó este compromiso dándole el símbolo a los colombianos, ante la atenta mirada de Felipe VI, sentado en su silla mientras todo el mundo la recibió en pie.