Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España. | EUROPA PRESS

Vienen ocho semanas frenéticas. Desde este viernes Rajoy es el presidente de Catalunya mientras una parte de la calle quiere creer que es independiente. Vana ilusión. En realidad, el Principat soporta ahora el mayor control por parte de Madrid desde hace cuarenta y dos años. Antes de que lleguen las urnas autonómicas prenavideñas el pulso se centra ahora en desalojar al Govern del palau de la Generalitat, tomar el control de los Mossos, procesar (y muy probablemente detener) a Puigdemont, Junqueras y Forcadell y lanzarse de cabeza hacia unas lecciones autonómicas para acabar de orillar a un independentismo descabezado un tiempo mínimo.

La jugada es simple, pero puede ser efectiva, siempre que no se comentan errores de bulto, como el reparto de porrazos del 1-0. Rajoy aprendió la lección y ahora actuará con más tacto y sutileza, sobre todo si consigue que Puigdemont y Junqueras sean echados de sus despachos por los Mossos (ahí está una de las claves de este tremendo pleito). Después, trabajará para formar un Govern de 'concentración' Ciudadanos-PSC-PP con el independentismo descoyuntado. Como es natural, la presión sobre TV3 y Catalunya Ràdio será enorme. Rajoy no necesita la intervención de estos medios públicos porque si Puigdemont y Junqueras son puestos fuera de juego probablemente detenidos estas cadenas quedarán a merced del nuevo poder procedente de Moncloa por pura inercia. Tienen las cuentas intervenidas y no pueden mover ni un céntimo sin permiso, no hay que olvidarlo.

En el fondo, a Puigdemont le han quitado un peso de encima. Está más agotado y sin oxígeno que aquellos líderes republicanos que tomaron el camino del exilio en 1939. Habrá que ver como se desarrolla su proceso penal, aunque la lógica indica que si los partidos de ámbito estatal se hacen con el poder efectivo de la Generalitat se produzca luego una especie de magnanimidad que medio arregle con el tiempo la cicatriz catalana. Quizás Puigdemont ya tenga alguna insinuación de esta garantía a medio o largo plazo.

Mención aparte merecen las CUP. Puigdemont fue elegido president por imposición de esta formación, que no quería a Más. Las CUP han empujado a Junts pel Sí hacia el abismo. Vienen arrestos, banquillos y condenas. ¡Pero la CUP es la que menos está en el punto de mira de fiscales ni de jueces! ¡Han sido el motor del independentismo sin freno ni marcha atrás y ahora se salen casi de rositas! Es más: la CUP serán la gran coartada de Rajoy, ya que podrán presentarse casi virginales y puros a las elecciones en mucho mejor posición que los muy pronto descabezados PdCat y Esquerra. La gente de Anna Gabriel sacará muchos votos, pero nunca suficientes para hacer sombra al bloque constitucionalista. Rajoy los habrá utilizado como juguetes.

La jugada de Rajoy aún tiene algunos flecos por superar, sobre todo el entusiasmo independentista que este viernes volvió a inundar la calle. Pero sin sus líderes en los balcones de la Generalitat y con el Parlament cerrado a la espera de nuevas elecciones autonómicas, la calle se irá calmando. En eso confía Rajoy. Otro factor que debe cuidar es que no se produzca violencia de extrema derecha, porque eso enervaría a la gente. Su mejor arma es ahora la calma, el actuar paso a paso, el preparar una campaña electoral moderada con personas creíbles al frente y esperar a las vísperas de Navidad mientras se va cumpliendo todo el programa previsto, paso a paso y sin errores.

Además, Ada Colau y sus comunes acabarán por pescar en río revuelto, sobre todo cuando vena flojear a PdCat y Esquerra. Se sumarán con entusiasmo al nuevo proceso autonómico, soñando con conquistar la presidencia de la Generalitat hasta que también se den de bruces con el bloque constitucionalista.

El principal activo de Moncloa es que el independentismo está física y psíquicamente agotado tras más de tres años de intenso procés. Con la investigación judicial del 1-0 sus sedes serán registradas y con el análisis de las cuentas de la Generalitat sin duda aparecerán nuevos 'flecos' para ser perseguidos. Saben que les caerán encima chuzos de punta. Pero en fondo sienten alivio porque todo haya acabado de la única manera a la que les forzó Rajoy: una declaración de independencia unilateral que ha hecho correr tanta tinta como escasos resultados prácticos ha reportado. Pasan a la Historia a cambio de hipotecar su presente. El final del procés quedará visualizado cuando los Mossos desalojen o detengan a Puigdemont, Junqueras y Forcadell. Esa será, perfectamente televisada, la suprema humillación de la actual hora del independentismo, la que deberán estudiar al milímetro las futuras generaciones de catalanes para cuando, dentro de varias décadas, vuelvan a intentar su separación de España.