El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la Conferencia de Presidentes extraordinaria celebrada en el Senado, a 22 de diciembre de 2021, en Madrid. | EUROPA PRESS - Archivo

El año 2021, con el coronavirus impidiendo aún la normalidad, los roces entre los socios de coalición y las dificultades en la negociación de diversas leyes y reformas tanto con otros partidos como con los agentes sociales, no ha sido nada fácil para el Gobierno, según recoge Efe. Pero, paradójicamente, Pedro Sánchez ha conseguido en los últimos meses la llave para garantizarse que podrá agotar su mandato y extender la legislatura hasta donde siempre ha asegurado que haría, finales de 2023.

El salvoconducto para ello ha sido la aprobación de los segundos presupuestos del Estado que llevan la firma de María Jesús Montero y que ven definitivamente la luz esta semana en el Congreso tras no pocos tira y afloja con formaciones como PNV y ERC. Pero si arduas han sido esas negociaciones que han implicado también acuerdos para otras leyes como la audiovisual, los choques entre PSOE y Unidas Podemos han evidenciado que su convivencia en el seno del Ejecutivo tampoco es sencilla.

No lo era con Pablo Iglesias como vicepresidente segundo, hasta el punto que el propio presidente del Gobierno hizo una llamada a rebajar los «decibelios» ante las desavenencias entre los coaligados. Eso cree Moncloa que se consiguió con la salida el pasado mes de marzo del hasta entonces líder de Unidas Podemos, quien decidió abandonar el Ejecutivo para encabezar la lista de su formación política a las elecciones a la Comunidad de Madrid. Unos comicios convocados de forma preventiva por Isabel Díaz Ayuso tras la presentación de la finalmente fracasada moción de censura en Murcia que revolucionó durante varios meses el panorama político.

En el caso de Iglesias fueron la antesala de su retirada definitiva. Su relevo por Yolanda Díaz como vicepresidenta y como interlocutora de Sánchez amainó las formas a la hora de expresar las discrepancias, pero no las fricciones que han tenido como uno de sus máximos exponentes el contenido de la reforma laboral. Los dardos dialécticos más o menos velados entre ella y la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, lo pusieron de manifiesto pese a que finalmente esa reforma ve la luz con consenso interno y con el aval de los agentes sociales.

Díaz ha aprovechado la mayor visibilidad de su nuevo cargo, se ha erigido en uno de los integrantes del Gobierno mejor valorados incluso por el CIS de Félix Tezanos y por encima de Sánchez, y eso ha dado alas a sus proyectos políticos de futuro. Su aspiración es liderar una plataforma más allá de partidos, más allá de aglutinar sólo a la izquierda del PSOE («una esquinita muy pequeña y marginal», según ella) y convertirse en una opción real de gobierno. Lo ve posible. También lo cree quien fue el más estrecho colaborador de Sánchez en Moncloa, su director de Gabinete Iván Redondo y uno de los pesos pesados que junto a varios ministros como Carmen Calvo y José Luis Ábalos fueron relevados de sus cargos en la amplia remodelación del Gobierno que el presidente acometió en julio y que alumbró un nuevo hombre fuerte: Félix Bolaños.

Sánchez, Moncloa y el PSOE recelan de los planes de la vicepresidenta segunda y se enfrentan a una paradoja: no pueden dejar que les coma terreno pero necesitan que tenga el éxito suficiente para renovar mandato en la próxima cita con las urnas. «Ni contigo ni sin ti, como dice la canción», ironiza un alto cargo del ala socialista del Gobierno que vaticina que Díaz no superará los resultados que obtuvo Unidas Podemos en los últimos comicios. Objetivos comunes, como son la lucha contra una covid-19 que vuelve a sembrar la alarma con su sexta ola y la variante ómicron pese al alto porcentaje de vacunados en España, y la recuperación justa que el Gobierno está usando como lema para avanzar en la segunda parte de la legislatura, han servido de argamasa entre los socios de coalición.

Pero también ha facilitado esa unión la respuesta a una oposición que consideran que está traspasando líneas rojas y que está instalada en el no y en el bloqueo constante, como creen que evidencia que el Consejo General del Poder Judicial haya cumplido ya tres años sin la renovación que exige la Constitución. Asumen igualmente que en lo que resta de legislatura, el PP va a seguir usando Cataluña para hacer oposición. Y es que el problema catalán sigue ahí. Pero Moncloa cree que su arriesgada decisión de indultar este año a los líderes independentistas y su clara apuesta por el diálogo han rebajado la tensión y han permitido concentrar energías en lo que importa a todos: dejar atrás la crisis con la inestimable ayuda de los fondos europeos. «Las urnas -afirman- premiarán esa actitud cuando toca, y cuando toca es a finales de 2023».

Quedan aún dos años en los que pandemia y recuperación se antoja que van a seguir estando muy presentes en la acción de un Gobierno que este año ha visto cómo dejaban su cargo por diversas razones hasta diez ministros. Iglesias, Calvo y Ábalos son parte de esa lista que suma también a Salvador Illa, Isabel Celáa, Juan Carlos Campo, Arancha González Laya, José Manuel Rodríguez Uribes, Pedro Duque y Manuel Castells, el último en abandonar su cartera. Sánchez ha querido renovar la imagen de su Gabinete al tiempo que ha pretendido cerrar heridas en el PSOE tanto en el 40 Congreso Federal como con el nombramiento para otros cargos de confianza de personas que fueron estrechos colaboradores suyos y de los que se había alejado como Óscar López o Antonio Hernando.

La estrategia es sumar fuerzas, cerrar brechas, hacer fracasar a las encuestas que vaticinan el ascenso del PP y pedagogía para explicar lo conseguido por una coalición que Sánchez desearía no reeditar. Pero sin mayoría para seguir en solitario en Moncloa, Yolanda Díaz seguiría siendo bienvenida. Ni contigo ni sin ti...