¿Te acuerdas de tu primer sofoco?
Yo sí. Aunque en ese momento no tenía ni idea de lo que era.
Estaba estudiando Óptica en Madrid, tenía 48 años, y durante la clase de «Infecciones oculares» noté un calor interno que me subía desde el pecho hasta las orejas, como una ola.
El profesor pasaba imágenes de ojos infectados, uno más desagradable que el otro: úlceras, secreciones, conjuntivas desbordadas… y yo, que nunca he sido de las que se impresionan fácilmente, iba notando cómo algo en mí se encendía.
Primero el pecho, luego el cuello, la cara.
Un calor que subía sin parar, como si alguien me hubiera enchufado a una estufa interior.
La piel me ardía, me sentía mareada, la ropa pegajosa.
Y lo peor: la sensación de que todo el mundo se estaba dando cuenta
Pensé que era una bajada de tensión. O una reacción a las imágenes.
Pero no. «Era mi primer sofoco»
Ese día aprendí dos cosas:
La primera, que quizá nunca podría ejercer como óptica ni volver a ver un ojo infectado sin querer salir corriendo.
Y la segunda, que mi cuerpo estaba cambiando.
Que algo, por dentro, ya no funcionaba como antes. Y que yo no tenía ni idea de lo que me esperaba.
¿Qué son los sofocos?
Los sofocos son una de las manifestaciones más frecuentes del descenso de estrógenos en la menopausia.
Lo sufren el 80 % de las mujeres en el climaterio.
El hipotálamo, que regula la temperatura corporal, pierde sensibilidad hormonal y reacciona de forma exagerada a pequeños cambios.
El cuerpo cree que tiene fiebre y lanza una respuesta para enfriar: vasodilatación, sudoración, rubor, taquicardia… en cuestión de segundos.
En invierno pueden suavizarse, pero cuando llega el calor, el cuerpo no da abasto.
Suma calor exterior, calor interno y estrés… y el cóctel está servido.
No es solo incomodidad: es agotamiento
Porque no se trata solo del calor.
Es el cansancio que arrastras después.
La noche en blanco.
Esa sensación de no reconocerte en tu propio cuerpo.
Y el miedo a que vuelva a pasar: en una comida, en una reunión, en una cita…
Lo sé porque lo he vivido.
Y porque me lo cuentan mis pacientes cada día.
Por eso, hoy te traigo soluciones más allá del abanico.
¿Qué puedes hacer?
1. Cuida tu sistema nervioso
El estrés amplifica los sofocos.
Dormir mal, saltarte comidas, ir corriendo todo el día… empeora la situación.
Empieza por regular tu ritmo: cenas ligeras, menos pantallas por la noche y momentos de pausa real.
2. Aliméntate con inteligencia térmica
Evita alcohol, picantes, azúcar y cafeína en exceso.
Apuesta por alimentos frescos y fitoestrogénicos: lino, tofu, legumbres, cerezas, pepino.
Hidrátate bien y toma infusiones frías de salvia, melisa, hinojo o menta.
3. Regula tu inflamación de base
Un cuerpo inflamado es un cuerpo desregulado.
Introduce Omega-3, antioxidantes, cúrcuma.
Reduce harinas blancas y ultraprocesados.
Si hay hinchazón, mal descanso o retención, empieza por ahí.
¿Y los suplementos?
Una de las plantas más estudiadas para reducir sofocos y sudores nocturnos es la Salvia officinalis.
Tiene propiedades fitoestrogénicas y termorreguladoras.
Se toma en cápsulas estandarizadas o infusiones, con una dosis de 280–300 mg al día.Se deben utiizar las hojas frescas para su elaboración
No es mágica, pero puede ser una gran aliada si el cuerpo está en equilibrio.
Además, mejora la función sexual.
¿Y si los sofocos siguen?
A veces, ni la dieta, ni el yoga, ni la salvia bastan.
Y ahí es cuando toca hablar claro: la terapia hormonal de la Menopausia (THM) no es el demonio.
Es el tratamiento más eficaz si se indica bien y se supervisa correctamente.
No todas las mujeres son candidatas, pero muchas sí.
Si tienes menos de 60 años, estás sana y han pasado menos de 10 desde tu última regla, la THM puede ayudarte.
No solo con los sofocos: también protege huesos, piel, mucosas y estado de ánimo.
Y no, no siempre aumenta el riesgo de cáncer de mama.
Lo importante es individualizar y consultar con un profesional formado.
Otra opción: un nuevo fármaco
Desde hace unos meses tenemos en España fezolinetant, conocido como Veoza.
Un nombre que suena a diosa romana, pero actúa como bombero.
Es un medicamento no hormonal, que actúa sobre los receptores de neuroquinina B, regulando el centro térmico del cerebro.
En resumen: ayuda a que tu cuerpo deje de interpretar que tiene fiebre cuando no la tiene.
Está indicado para sofocos moderados o graves en mujeres en menopausia natural o quirúrgica.
No afecta al sistema hormonal, ni a las mamas, ni al útero.
Ideal para quienes no pueden tomar estrógenos o prefieren una alternativa.
¿Inconvenientes?
Es reciente, es caro, requiere receta y supervisión médica.
Y, como todo, no sustituye un enfoque 360: alimentación, descanso, microbiota y gestión emocional siguen siendo la base.
Lo importante: no resignarse
Hay opciones. Hay estrategias. Hay soluciones.
El calor del verano está aquí, sí.
Pero no tiene por qué venir con extra de sudor, agotamiento y noches sin dormir.
Te escribo pronto, con más consejos para seguir cuidándote desde dentro hacia fuera.
Y ya sabes: si me necesitas, estoy en hola@mariajulve.com o en Instagram: @mariajulvepharmacist
Con cariño, María Julve
¡Cuidando de Ti, de dentro hacia fuera!
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