A Madrid se viene –o se venía, porque el nivel educativo ha bajado mucho–, a ver el Museo del Prado, no por nada sino porque es la mejor pinacoteca del mundo gracias a los cuadros de Velázquez más los de Goya, y porque los Austrias y los ascendientes borbones de Felipe VI tuvieron la decencia de ir comprando y almacenando obras maestras.

Pero hay otras atracciones en la capital. La más insólita y recóndita de todas ellas pudiera ser el bar-restaurante de la cuarta planta del Congreso de los Diputados, bar vedado a los plebeyos, a la ciudadanía no acreditable, pues es coto privado de sus señorías (casta y anticasta) y adláteres.

El bar es una maravilla, funcional, amplio, está todo muy limpio, sirven las bebidas con posavasos que llevan el escudo del Congreso. Los camareros que visten camisa blanca con tirantes, están estupendamente uniformados y son muy amables. Lo mismo se puede decir del encargado; pero hete aquí que hay una cosa que sorprende: lo bien presentado, lo bueno que está todo y lo baratísimo que resulta. Un café con leche, pongamos por caso, cuesta 0,80 céntimos por lo que no compensa, como dijo Ana Botella en su inglés ‘comanche’, tomar una ‘relaxing cup of café con leche in plaza Mayor’, en cuyas terrazas te cobran fácilmente tres o cuatro euros por el bebedizo.

Pura cocina creativa

Los diputados y sus coríferos disfrutan de unos precios increíbles a la hora de empinar el gin-tonic o al whisky (4 o 5 euros). Ponerse ‘a tono’ para salir al hemiciclo sale casi gratis. El menú cuesta 9 euros, tres platos, muy completo y sabroso. Los platos combinados son una maravilla, pura cocina creativa.

Por ejemplo, el pasado martes servían ‘tajín de pollo asado al limón con cus cus de calabaza’, o ‘tarta de tofu con crema de judías verdes y picada mediterránea’, o ‘ensalada de casero de cabra con jamón serrano mandarina y vinagre de Módena’.

Platos de menú rico, rico, son los lomos de merluza, la paletilla de cordero recental o el arroz cremoso marinero. Una cerveza cuesta un euro veinte y te ponen de tapa unos gustosos callos a la madrileña. Bebida caliente y pincho de tortilla (grueso) de patatas, menos de dos euros. Desayunar bebida caliente con bollería, o pan tostado con tomate o con porras o churros cuesta 0,91 euros. Bebida caliente más zumo, pulga o pincho de tortilla sale por 1,21 euros (dan ganas de dejar propina, claro).

El diputado que de acuerdo a su conciencia sea más ecológico y climático puede zamparse el denominado desayuno macrobiótico por solo 2,50 euros. Consta de bebida caliente, tostada integral de hummus o aguacate y zumo natural de naranja.

Los servicios, inmaculados para sus señorías.

Como curiosidad, no hace falta añadir que los wáteres congresuales están limpios como una patena y no faltan vasos de plásticos por si sus señorías quieren beber agua del grifo, lo que no debe ser práctica habitual si no es para limparse la dentadura, porque el agua mineral embotellada que se saca, como una gran variedad de fruslerías, de las ‘vending machine’ es también muy barata.

Cuatro perras

De modo que mientras conectan o desconectan España, los representantes de la res publica desayunan, comen y cenan de maravilla por cuatro perras. Eso sí, suelen terminar la jornada cansados de apretar en el escaño el botón de la disciplina de partido.

«Viva la bagatela», que diría el maestro Azorín, que vivía justo enfrente de las Cortes y que nunca pisaba el bar de esa institución. Bien comidos y bebidos, unos se van a La Moncloa, otros a la sede de Génova, otros a Lledoners, y dos ministros, dos, a su mansión de Galapagar.