Ayer se conmemoró en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer, una jornada que todavía sirve para señalar lo lejos que está la equiparación del hombre y la mujer en múltiples terrenos. Las diferencias sociales son patentes todavía en infinidad de países y culturas, incluso con aspecto claramente vejatorios, por no señalar el escalón salarial que separa ambos géneros. Las asignaciones previas de los roles en numerosos campos, fruto de una educación que se muestra reacia a romper corrientes seculares, sigue demasiado presente en la vida cotidiana, también en las sociedades occidentales. España, por desgracia, no es una excepción.

Una jornada de reflexión. El Día Internacional de la Mujer, cuyo enunciado rebasa el ámbito de la reivindicación laboral inicial –aunque continúa pendiente en numerosas facetas–, es una jornada que invita a tomar en consideración la situación actual en la que viven millones de mujeres sometidas a la sumisión, privadas de poder acceder a la cultura y educación en las mismas condiciones que los hombres. Es indudable que se han logrado importantes avances pero siguen siendo casi anecdóticos si se contemplan desde el punto de vista planetario. Esta es la verdadera cuestión de fondo. Siguen existiendo amplias zonas en las que la mujer es considerada como un ser inferior, en derechos y en dignidad individual.

Mismos derechos. A pesar de los indudables avances conseguidos, no deja de resultar lamentable que se sigan manteniendo estereotipos del pasado entre amplias capas de la juventud española. La violencia de género es una prolongación más del machismo. En el terreno laboral, la mujer sigue padeciendo discriminación salarial. El acceso a los puestos directivos de las grandes empresas figuran en el capítulo de las excepcionalidades. Queda todavía mucho por hacer para lograr que sea innecesario una conmemoración como la de este domingo. Será cuando se deje de establecer la diferencia entre hombres y mujeres para hablar de personas.