El asesinato de un profesor del centro Joan Fuster de Barcelona a manos de un alumno de 13 años ha llenado de indignación y pena a la abnegada y vocacional comunidad docente de toda España y ha sacado a flor de piel una situación de precariedad en el desarrollo de sus funciones que va más allá del brote psicótico de este menor enajenado, que también ha herido a otros dos profesores y a dos alumnos

Honrar a los docentes. Este asesinato, el primero que se produce en el país, tiene lugar en un contexto delicado. en el que los docentes deberían gozar de un mayor respeto y ayuda por parte de la sociedad y, sobre todo, de los dirigentes políticos. Cuando un niño se viste de paramilitar y acude a su centro educativo a matar a sangre fría es que están fallando fundamentos muy importantes en la colectividad. Los maestros y profesores son, en teoría, autoridades. En la práctica tienen que soportar invectivas y desprecios incluso por parte de altos e irresponsables altos cargos públicos que jamás deberían convertir escuelas e institutos en campo de batalla ideológico. Tal cerrazón acaba generando monstruos. El hecho de que una de las heridas sea una profesora de lengua castellana ya ha desatado injustas y ciegas diatribas de catalanofobia en las redes sociales. Este precisamente es el repugnante caldo de cultivo capaz de generar odio y violencia. Toda nación civilizada comienza por saber honrar a sus maestros.

Más apoyo institucional. Los profesores han de desarrollar tareas que no son extricamente las suyas, como es guardas de patio de recreo o de puerta. El apoyo institucional a los centros docentes pasa por dotarlos de personal especialista en estas tareas, tanto de expertos en vigilancia como de psicólogos capaces de detectar preventivamente a menores potencialmente violentos. Pero estas medidas, con ser clave, no serán suficientes mientras escuelas e institutos no consigan quedar absolutamente al margen de partidismos que comienzan por ignorar y despreciar al cuerpo docente.