Los pésimos resultados obtenidos por Izquierda Unida, en sus diferentes variantes, en las pasadas elecciones locales y autonómicas son la base de la estrategia que plantea Alberto Garzón, el candidato a la Presidencia del Gobierno, de cara a las próximas elecciones generales. Garzón pretende formalizar listas de ‘unidad popular’ con Podemos, la fuerza política que lidera Pablo Iglesias que ha experimentado un enorme crecimiento a costa tanto del PSOE como de IU en la mayoría de las circunscripciones; una sangría de votos que se quiere atajar con esta fórmula de colaboración en los próximos comicios.

Misma base social. Las encuestas ya vaticinaban el descalabro de Izquierda Unida a costa de Podemos, partidos que comparten –en términos globales– buena parte del mismo segmento electoral en nuestro país. Sin embargo, el partido de Iglesias es el que está captando la atención de los colectivos de jóvenes y sectores más contestatarios de la sociedad, ampliando de este modo la oferta mucho más tradicional de Izquierda Unida, coalición que gira en torno al Partido Comunista de España. El movimiento de Garzón tiene voces internas muy críticas, como la de Gaspar Llamazares, que considera un error entregar el patrimonio político y las siglas de IU a Podemos.

Recuperar el espacio político. La propuesta de Alberto Garzón se enmarca, por tanto, en el necesario proceso interno de Izquierda Unida para frenar el proceso de descomposición en el que se encuentra sumida. La inminencia de la cita ante las urnas para elegir a diputados y senadores deja un escaso margen de tiempo para reaccionar y recuperarse ante su electorado, por eso la reacción de Garzón se antoja como la más posibilista, aunque también es la más arriesgada. A la espera de que Podamos acepte, o no, la oferta de Izquierda Unida, un acuerdo desequilibrado puede significar su desaparición de facto de la escena política española. La izquierda afronta uno de los retos más complejos de los últimos años.