Grecia, y por extensión la Unión Europea (UE) afronta hoy una reunión decisiva. El presidente Alexis Tsipras apura el fin del plazo para lograr salvar del colapso la economía helena. Una última propuesta tiene que ser la tabla de salvación para que su país no entre en una dinámica cuyos efectos acabarán expandiéndose al resto de miembros de la UE; al menos mientras siga perteneciendo a la eurozona. El Banco Central Europeo ha tenido que inyectar liquidez a la banca griega ante la masiva fuga de capitales pero las soluciones de emergencia llegan a su fin. Grecia ya no tiene capacidad de pedir más ayudas y concesiones. El Fondo Monetario Internacional quiere cobrar.

Un laberinto imposible. Tsipras se encuentra en un camino sin aparente salida. Todos los frentes financieros a los que ha acudido en Europa le cierran las puertas o le exigen que siga aplicando políticas de ajuste, recortes todavía más severos en la economía griega. Los ciudadanos, precisamente, recurrieron a Syriza por sus promesas de enfrentamiento a la UE –y, en especial, a las exigencias de Alemania– y de oposición a seguir aceptando las directrices de la troika. La estrategia no está dando los resultados previstos y las autoridades monetarias de la UE ya no consideran rentable seguir transigiendo; aunque ello significa empeorar todavía más las condiciones de vida de la inmensa mayoría de los griegos. La salida de Grecia del euro es ahora una posibilidad real, aunque suponga un gran fracaso para el sueño europeo.

Cuando falla la credibilidad. El gran problema de Grecia es que el Gobierno de Tsipras no ha transmitido credibilidad en la adopción de compromisos ante sus interlocutores europeos, atado como está por sus promesas electorales y con una clara inestabilidad institucional interna. Hoy es, casi con total seguridad, la última opción para evitar que el ‘corralito’ se instale en Grecia y para que la cuna de la civilización occidental sea el primer país expulsado de la Unión. Comienza la cuenta atrás.