El terrorismo yihadista golpeó el viernes con dureza en Francia, Túnez y Kuwait. Decenas de muertos y heridos en acciones ejecutadas de manera heterogénea, casi de manera individual según las informaciones, pero con una indudable carga mortal no exenta de sadismo, como el degollamiento de una persona en la localidad de Saint-Quentin-Fallavier. Los atentados se enmarcan en la estrategia promocionada por el Estado Islámico de horrorizar al mundo, un objetivo para el que no escatiman medios.

Amenaza mundial. El ‘viernes negro’ confirma la capacidad del integrismo islámico para, mediante acciones simples, cumplir sus amenazas en todos los frentes que mantienen abiertos. Tanto da que sean países occidentales, musulmanes con un elevado grado de tolerancia religiosa o centros de culto, como es el caso de la mezquita chií de Kuwait. En esta aciaga jornada, en un establecimiento de la cadena hotelera mallorquina Riu en Túnez se ha producido uno de los atentados más sangrientos, que se ha saldado con 37 personas muertas y numerosas heridas. La matanza, al parecer, la habrían provocado dos terroristas, uno de ellos armado con una ametralladora que disparó de manera indiscriminada sobre los turistas que se encontraban en la playa. Terror puro y duro.

Respuesta conjunta. La derrota del terrorismo yihadista y las organizaciones que lo apoyan, en especial el Estado Islámico, requiere de una acción internacional conjunta.

Los últimos atentados ponen de manifiesto la simpleza, y, por desgracia, la eficacia de los ataques para los perversos objetivos que se persiguen.

No sólo asistimos al horror de las ejecuciones filmadas por los verdugos del Estado Islámico –un auténtico catálogo de sadismo infinito–, también se evidencia la facilidad con la que se golpea fuera de sus propias fronteras. La solución requiere medidas inmediatas pero también de una acción política que desactive las razones del yihadismo más radical y sanguinario.