Una reunión mantenida a finales del pasado mes de julio entre el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, y el expresidente de Bankia Rodrigo Rato, que se encuentra inmenso en un proceso judicial que investiga las presuntas irregularidades cometidas durante la etapa que gestionó la entidad financiera, en el despacho oficial del primero –tal y como se admitió ayer mediante un comunicado– vulnera los más elementales principios de la ética y la estética que deben presidir las acciones de un responsable institucional; y más, como es el caso, cuando tiene a mano la posibilidad de influir en el desarrollo de la investigación. Fernández Díaz nunca debería haberse entrevistado con Rodrigo Rato, y mucho menos en la sede del Ministerio.

Revuelo político. Pensar que un simple comunicado en el que se apela a un encuentro «exclusivamente personal», en el que no se abordó ninguna cuestión relacionada con la situación procesal de Rodrigo Rato permitirá al ministro Fernández Díaz acallar la polémica que ambos protagonizan confirma, lamentablemente, que no se avanza en la necesaria distinción entre lo público y lo privado. Si los temas a tratar eran de índole personal, ¿qué razón había para que se tratasen en el despacho oficial del ministro? Injustificable. Las explicaciones que demanda la oposición se tienen que ofrecer de manera urgente y asumir las consecuencias políticas del error, la reunión no se tendría que haber celebrado nunca.

Un papel trascendental. También resulta infantil pretender, como detalla la nota del Ministerio, que como condición previa al encuentro se advirtió que no podían tratarse cuestiones relacionadas con la situación procesal de Rato. No resulta creíble cuando el interlocutor del expresidente de Bankia tiene bajo su mando todo el poder investigador de la Policía. Fernández Díaz ha cometido más que un simple tropiezo, ha caído de bruces en una forma de entender la política que nunca tendría que haberse puesto en práctica.