Rajoy se ha mostrado favorable a acoger refugiados procedentes del infierno sirio. Primero ha hablado de 2.749 personas y luego se ha mostrado dispuesto a incrementar la cifra, pero con condiciones y sin caer en una manga ancha que podría convertirse en contraproducente si el aluvión fuese demasiado grande, sin que las autoridades pudiesen ofrecer una integración digna a estos fugitivos. En paralelo, la coalición Més ha ofrecido los pueblos de Mallorca donde gobierna para acoger refugiados. Es una iniciativa noble. Existen antecedentes, como la integración de refugiados de los Balcanes en Sóller. Pero ha de partir siempre del realismo y de la capacidad de inserción social de los recién llegados.

Solidaridad ante el éxodo. La huida masiva de ciudadanos escapando de un conflicto bélico no es un marco desconocido para Europa. Bien lo sabe Alemania, que en 1945 vivió la huida masiva de sus compatriotas de Prusia Oriental hacia el Oeste ante el avance soviético. Bien lo sabe España, cuando en 1939 más de 400.000 personas cruzaron la frontera de Catalunya hacia el norte, ya al final de la contienda civil, y fueron recluidas en su gran mayoría en semicampos de concentración por los desbordados franceses. Las democracias son solidaridad. Y con este talante hay que responder ante el drama sirio. Pero las democracias también son responsabilidad. No basta con abrir fronteras. Hay que dar respuesta a las necesidades de miles y miles de seres y ello implica un gran esfuerzo público en tiempos de crisis y paro.

Absorber lo que se pueda. La postura inteligente de Rajoy ha de ser la sinceridad. Recibir y dar apoyo exactamente a los que se pueda atender y ayudar. Es más que probable que a la oleada actual le sucedan otras en los próximos meses o años, porque en Siria el fanatismo lo destruye todo y la vida humana ha dejado de tener valor. Los que vengan a España, que sea para salir adelante, no para que se formen nuevos guetos llenos de desesperación. Hay que hacer lo que se pueda, que no es poco.