La impactante imagen del cuerpo del pequeño Aylan, de apenas tres años de edad, varado en una playa de Bodrum ha supuesto un aldabonazo sobre la magnitud de la tragedia de la inmigración en Europa, en este caso provocada por los miles de ciudadanos sirios que huyen del conflicto armado en su país y del horror que impone el yihadismo del Estado Islámico. La solidaridad ciudadana se adelanta a la habitual frialdad institucional, aunque, en esta ocasión, la reacción se ha iniciado desde los ayuntamientos hasta el Gobierno, que ayer anunció la creación de una comisión interministerial para su coordinación con las comunidades autónomas.

Solidaridad ciudadana. En esta ocasión son los ciudadanos los que empujan a la adopción de medidas que palíen el drama humano que protagonizan quienes, en la mayoría de las ocasiones de manera desesperada, tratan de huir del hambre o la guerra. El mar se ha convertido en un inmenso cementerio para muchos de ellos que, de un modo u otro, tienen en Aylan su icono mediático. También están los decenas de miles de refugiados que se agolpan en las fronteras de Macedonia, Hungría y Austria para alcanzar el centro de la Unión Europea. El futuro, la paz. El progreso.

Tibia respuesta. El Gobierno español se ve en la obligación de tener que canalizar de algún modo una respuesta a la demanda de ayuda para los refugiados, cuyo asilo debe enmarcarse en el conjunto de decisiones de la Unión Europea. La comisión interministerial no puede quedar en un mero gesto para acallar a la opinión pública, España debe ser capaz de organizar unos planes de ayuda que respondan a las necesidades de una situación de emergencia y en los que ya han mostrado su interés en colaborar ayuntamientos y comunidades autónomas, entre ellos el de Palma y Balears. La sociedad española debe saber corresponder a la solidaridad que precisó en el pasado, cuando sus habitantes protagonizaban la emigración –económica y política–.