Con la problemática del suministro de agua en la isla de Eivissa se vuelve a poner de manifiesto que la Administración no ha estado a la altura. No es de recibo que un destino turístico puntero como el nuestro ofrezca servicios tan deficientes y de tan baja calidad como el del agua, que es esencial en cualquier sociedad moderna que se precie. En el año 2015 es inadmisible que en municipios como el de Sant Josep el agua que sale de los grifos sea totalmente salada. No es de extrañar que, viendo el panorama, algunos empresarios cogieran el camino del medio y, cogiendo el toro por los cuernos, decidieran construirse sus propias desaladoras.

Fallo de todos. Por el Govern balear, el Consell d’Eivissa y la mayoría de ayuntamientos de la isla han pasado los dos partidos mayoritarios y algunos de los minoritarios de este archipiélago. En todos ellos recae la responsabilidad de que Eivissa no cuente a día de hoy con las infraestructuras hidráulicas con las que cualquier otro territorio del primer mundo ya cuenta para su día a día. Es verdad que la crisis económica global pilló a casi todos por sorpresa, pero esto no debe servir como excusa a nadie para explicar las razones de la falta de inversión en esta área en la isla pitiusa, porque hace lustros que Eivissa debería contar con todas las desaladoras en funcionamiento, además de unas depuradoras acordes con la oferta turística que se ofrece desde el sector turístico y de la Administración.

Planificar el futuro. Poco o nada se puede hacer con las actuaciones del pasado que, sin lugar a dudas, han provocado la situación actual. Pero lo que sí que pueden, y deben, hacer nuestros gobernantes es planificar cómo tiene que ser la gestión del agua en un territorio tan frágil como el nuestro. Donde los acuíferos se encuentran en situación de alerta máxima y el consumo de agua no tiene visos de menguar, a tenor de los récords de llegada de turistas que se consiguen cada mes. No obstante, la responsabilidad también la tenemos los residentes en la isla, que somos los que sufrimos a diario la escasez y la baja calidad del agua que consumimos, pero también los que estamos más concienciados de que cada gota cuenta.