El drama sirio y la necesidad de acoger a refugiados ha vuelto a sacar a flote lo mejor del alma balear: su capacidad de acogida. El Archipiélago fue durante muchas décadas tierra de emigración. Numerosos isleños marcharon a América o a Francia en busca de un futuro mejor. A mediados del siglo pasado cambiaron las tornas. Llegó el progreso turístico y con él se consiguió acoger a centenares de miles de personas para que construyesen aquí el futuro compartido. Acoger es sinónimo de ser balear. Se ha visto con los 4.000 isleños que ya han ofrecido su ayuda a las gentes de Siria, que, sin duda, serán muchos más.

Movilización. El hecho de que se estén movilizando organizaciones de todo tipo, desde las instituciones públicas a empresarios, desde trabajadores a jubilados, es la más clara muestra de lo que significa ser un pueblo cohesionado y libre, que no se arredra ante nada y que es consciente de que el futuro es fruto de su sudor y su entrega. La solidaridad de más de medio siglo hacia los que vinieron de tierras lejanas y han contribuido a engrandecer esta sociedad se ha convertido en un valor fundamental e irrenunciable. Ahora, este pueblo no soporta vivir al margen de los grandes problemas planetarios. Cuando ve que puede ser útil, se mueve rápidamente. Sólo así es capaz de mirar hacia el futuro.

No hay crisis que valga. El Archipiélago ha sufrido en su tejido social los efectos de una crisis larga, penosa y que aún no se ha superado. El paro golpea. Pero lejos de arredrarse, los baleares tienen fuerza para erguirse y demostrar su valía con su generosidad y su mano tendida. Las crisis debilitan las estructuras productivas, pero fortalecen los corazones de los colectivos sólidos y conscientes de que nada les detendrá. Los sirios que lleguen tendrán amigos, tendrán respaldos y serán protegidos en el seno de una sociedad serena, pacífica y orgullosa de sí misma. Los que vengan mejorarán sus condiciones de vida, pero, y ésa es la clave, también nos harán mejores a nosotros.