Si hay algo que me exaspera es la falta de civismo ciudadano, sobre todo si se trata de tirar la basura al contenedor. Después de concienciarme hace años con la necesidad de reciclaje de basura; saber diferenciar entre los usos de los contenedores verde, azul y amarillo; con las dudas sobre los envases de los yogures o qué hacer con las bombillas de las lámparas antes del boom de las leds; separar los dobles envoltorios de los paquetes de galletas, uno al plástico y otro al de papel, o quitar las grapas de los suplementos dominicales, decido finalmente arrojar la basura separada a los contenedores a una hora apropiada. De camino al contenedor, sorteo varios excrementos de canes cuyos dueños o consideran que puede servir de abono para el asfalto o no tienen ni una pizca de civismo. Para más inri, cerca de allí hay un espacio totalmente vallado para que los animales hagan sus necesidades a sus anchas. Más comentarios sobran acerca de los dueños de los animales. Una vez superados los obstáculos fecales y ya ante los contenedores, contemplo cómo no puedo arrojar el plástico ni el papel, porque desde el exterior asoman botellas de plástico y envases de cartón, además de varias bolsas de basura tiradas en el suelo. Será porque es mucho esfuerzo levantar la tapa o empujar los envases al interior del contenedor. Ya les digo que no hace falta poner mucho ímpetu en la tarea. Es verdad que los ayuntamientos han de tener un buen servicio de recogida de basuras, que no viene nada mal que se intensifique durante en verano por el aumento de la población, y tampoco viene nada mal renovar los contenedores, pero echo en falta el civismo ciudadano y no sólo en los meses de julio y agosto.