El papa Francisco canonizó anoche (hora española) en Washington al misionero mallorquín Juníper Serra, un reconocimiento que tiene un indudable valor histórico y sentimental para la Isla. El religioso originario de Petra realizó una extraordinaria labor evangelizadora en la Alta California durante el siglo XVIII, fundamento de su santidad proclamada por el Santo Padre, pero también pieza fundamental en la vertebración de los actuales Estados Unidos, que le honra con una estatua en el Capitolio. La proclamación de Juníper Serra como santo, el segundo de Mallorca tras Catalina Thomàs, es un acontecimiento que engrandece la figura de un sencillo fraile cuyo legado perdura a través de las generaciones.

Santidad y polémica. La canonización del padre Serra no ha estado exenta de polémica, propiciada por los representantes y defensores de los colectivos indígenas, que cuestionan el papel de los misioneros en aquellas tierras. No hay estudios concluyentes que ensombrezcan la ingente labor realizada por el nuevo santo, fundador de hasta nueve misiones en la actual California –muchas de las cuales dan nombre a las ciudades más emblemáticas de aquel estado americano– y presidente de otras quince. Las críticas, por tanto, deben ser fundamentadas antes de ser tenidas en consideración y no cabe duda de que, por el momento, son minoritarias.

La audacia misionera de Serra. La homilía del papa Francisco no rehuyó pronunciarse sobre el papel de Juníper Serra en tierras americanas, destacando su «audacia misionera» y alabando su defensa de la «dignidad de la comunidad indígena» durante los años en los que realizó sus tareas evangélicas. Desde ayer, los creyentes católicos tienen un santo más al que poder venerar –beato desde 1988–, pero, además, la sociedad mallorquina –y por extensión la balear– puede proclamar la extraordinaria dimensión de un hombre de origen humilde que nació en Petra.