Hay que valorar en todo lo que representa el esfuerzo del Govern Armengol en época de escasez el destinar un fondo de 580.000 euros a las escuelas públicas para que los niños cuyos padres no tienen recursos puedan acceder a las comidas que ofrecen los centros, así como a actividades extraescolares como excursiones o acudir al cine con sus compañeros. Se trata de una iniciativa que, a buen seguro, satisface a todos los ciudadanos sin distinción de ideologías. Nada duele más que un niño mal alimentado.

Ejemplo humanista. El conseller d’Educació, Martí X. March, ha puesto el dedo en la llaga al afirmar que una educación de calidad pasa por la equidad. La escuela pública balear es, ante todo, un gran esfuerzo de integración. Tiene que formar niños de familias a menudo procedentes de la inmigración y que, en no pocos casos, soportan el azote del paro y de la marginalidad. Por tanto, es importantísimo que los alumnos no padezcan esta sensación de aislamiento y que se sientan exactamente iguales a sus amigos de clase. Eso también vale para los hijos de familias mallorquinas que también han sido golpeadas por la depresión económica. La igualdad desde la infancia es la principal catapulta para el desarrollo de la personalidad de los jóvenes y para que comiencen a sentirse ciudadanos conscientes y decididos.

Deber de solidaridad. Los recursos públicos no tienen sentido si una parte de ellos no se destinan al inexcusable deber de solidaridad que tienen las naciones desarrolladas. El actual Govern, obligado a ajustar sus presupuestos a las directrices que recibe de Madrid, parece empeñado, en su escala de prioridades, en no abandonar a los más pobres, comenzando por los niños. Ésa es la mejor inversión de futuro porque toda sociedad que lucha para eliminar guetos y para paliar carencias y resentimientos acaba recogiendo los frutos al cabo de los años. La solidaridad y la integración son los fundamentos de la creación de riqueza y de que la democracia no esté amenazada.