Las decisivas e inciertas elecciones del 20-D están a cuatro semanas. La maquinaria de los partidos comienza a estar a pleno funcionamiento mientras lo único que parece seguro es que nos acercamos a un nuevo marco político que ya no estará controlado por el bipartidismo. Todo está abierto, incluidas las negociaciones postelectorales que, por primera vez, se desarrollarán en plenas fechas navideñas. Tampoco se sabe hacia donde se dirigirán estos posibles acuerdos. Ni el PSOE ni Ciudadanos lo han aclarado. Esperan resultados, al igual que el conjunto de la población.

Ritmo frenético. España está viviendo un ritmo electoral de una intensidad sin precedentes desde los comicios europeos del año pasado. En poco más de un año se han sucedido las convocatorias y se han producido hechos de gran relevancia, como la abdicación del Rey Juan Carlos y la irrupción de Podemos. A ello hay que añadir el proceso secesionista catalán, que sin duda influirá en el 20-D. Todos estos factores, unidos a la persistente presencia de la crisis económica, añaden inquietud a un ambiente político incierto. Además, una opinión pública cada vez más sensibilizada acaba de vivir la nueva explosión del terror en Francia y el incremento del sentimiento antiterrorista también en España. A las próximas semanas de debates, mensajes y mítines no les faltará ningún ingrediente. La pugna será intensa.

¿Aclararán el panorama? También existe la impresión de que los próximos comicios no servirán para despejar el panorama sino, tal vez, para complicarlo. Al evidente desgaste de Rajoy hay que sumar la aparente bisoñez de Pedro Sánchez y Albert Rivera, todo ello condicionado por el empuje radicalizado de Pablo Iglesias. Puede ser un marco muy complejo si las cuatro formaciones quedan lejos de la mayoría absoluta. Por lo que respecta a Balears, también hay incerteza y la sensación de que sus ocho escaños al Congreso estarán muy repartidos. La atomización balear es reflejo de lo que puede pasar en el conjunto de España.