El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, aseguró ayer, al término del comité federal del partido, que los socialistas no aceptarán ninguna condición que ponga en peligro la unidad de España para llegar a presidir el Gobierno. Era la premisa exigida por los dirigentes territoriales más poderosos, entre ellos la andaluza Susana Díaz, para alcanzar algún tipo de acuerdo con Podemos, cuyo líder, Pablo Iglesias, defiende la celebración de un referéndum en Catalunya para desbloquear el proceso soberanista. Mientras, el PP de Mariano Rajoy todavía ve posible la reelección tomando como base la actual división de la izquierda y el apoyo de Ciudadanos.

Precipitación socialista. Sánchez ha cometido un error al adelantar su disposición a sustituir a Rajoy en La Moncloa, entre otras razones porque todavía no se ha evidenciado la imposibilidad del candidato del PP de obtener la mayoría suficiente para la investidura. La distribución de escaños en el Congreso hace casi imposible que Rajoy siga en el cargo de presidente, pero su condición de grupo más votado le obliga a buscar posibles alianzas. El punto de partida de Sánchez, por tanto, debería ser más cauto ya que su posicionamiento previo encalla el entendimiento con Podemos y le aleja acuerdos imprescindibles con otras fuerzas, como serían las soberanistas catalanas, Esquerra Republicana de Catalunya y Democràcia i Llibertat. Ambas suman 18 diputados.

Nuevas elecciones. Sorprende que sólo unos pocos ‘barones’ socialistas adviertan de lo complicado que será para el PSOE que su secretario general llegue a ser el próximo presidente del Gobierno; al menos con la composición en la Cámara Baja surgida del 20-D. En este sentido, aunque es la solución más indeseable para todos los partidos –factor que favorece a las aspiraciones del candidato socialista– la convocatoria de unas nuevas elecciones en el plazo de dos meses es una hipótesis que no se puede entender como descabellada. Una opción válida para tratar de lograr un Gobierno estable.