Las sesiones constitutivas ayer del Congreso y Senado, punto de partida de la XI legislatura de la democracia, permitió visualizar el grado de diversidad política que albergan ambas cámaras. Desde los gestos previos hasta las fórmulas utilizadas para tomar posesión de sus respectivos escaños fueron el reflejo del inicio de un período marcado por la incertidumbre a partir de unos nuevos códigos, con unas nuevas condiciones. Las elecciones del pasado 20 de diciembre no sólo enterraron el bipartidismo, también alumbraron nuevos partidos y dieron voz a sensibilidades diferentes en los dos grandes bloques ideológicos tradicionales más allá de los gestos anecdóticos.

Estabilidad cuestionada. La gran incógnita que se abre en esta legislatura es, precisamente, su duración. Todos los líderes propugnan por un diálogo que posibilite la formación de un nuevo Gobierno con una mayoría estable que le apoye, una propuesta que en su punto de partida se antoja casi imposible. La elección del socialista Patxi López como presidente del Congreso ha generado la primera fricción seria con un aliado imprescindible, Podemos. Las fórmulas de juramento o promesa del cargo de algunos diputados y senadores apuntado que la cuestión soberanista no lleva camino de poder aparcarse con facilidad, un serio obstáculo para las aspiraciones de Pedro Sánchez como sustituto de Rajoy en el palacio de la Moncloa.

Diálogo imprescindible. De lo que ya no cabe duda es que esta legislatura pondrá a prueba la capacidad de diálogo y entendimiento de todos los partidos, cualquier decisión trascendental requerirá el pacto y la convergencia si se quiere que salga adelante. Este escenario no es nuevo en la política española, fue el gran triunfo de la Transición: el consenso. Ese entendimiento, logrado entonces por la existencia previa de esta voluntad de aproximación, es el espíritu que requiere esta recién estrenada legislatura se se quiere evitar su fracaso.