Tras la decisión de Mariano Rajoy de no optar a la sesión de investidura, le toca el turno a Pedro Sánchez. El candidato socialista está plenamente legitimado para intentar un gobierno progresista, pero no puede configurarlo a cualquier precio. Sánchez no puede estar siempre condicionado por los golpes de efecto de Pablo Iglesias, por sus ocurrencias y salidas de tono, que en nada ayudan a conseguir un acuerdo de gobernabilidad.

Aritmética política. Con los datos en la mano, Sánchez tiene menos escaños que Rajoy pero más posibilidades para ser presidente. Para que eso sea posible, Sánchez debe conseguir el apoyo de Podemos y de alguno de los partidos nacionalistas. Además, los nacionalistas que no voten a favor deben abstenerse porque, de lo contrario, la votación en la sesión de investidura no saldrá adelante. Por lo tanto, Sánchez debe ahora mover ficha, pero ya se han alzado voces autorizadas en su partido (la de González es una de ellas) que advierten de los riesgos de pactar con Podemos. González no se fía del partido de Pablo Iglesias y no se esconde a la hora de manifestarlo.

Pacto solvente. Si finalmente Sánchez se da cuenta de la imposibilidad de alcanzar un acuerdo con Podemos, habrá que empezar a pensar en una segunda opción. No es descabellado, como también plantean algunos dirigentes socialistas, que Sánchez negocie un calendario político con Rajoy por el cual el candidato del PP fuese presidente durante uno o dos años y, posteriormente, convocar elecciones. Porque en lo único que están de acuerdo ahora mismo Sánchez y Rajoy es que repetir elecciones no es positivo ni para el sistema político ni tampoco para la economía española.