La dimisión de Esperança Camps, consellera de Transparència i Cultura, el día que el Consolat presentaba a bombo y platillo la Oficina Anticorrupción –un proyecto fruto del trabajo de dos consellerias, Transparencia y Presidencia– es un ridículo que alcanza a la presidenta Francina Armengol. Camps se va tras reconocer el enfrentamiento con sus directores generales, a los que ha acusado de inoperancia y de haberla torpedeado con filtraciones a la prensa. Tal desaguisado es vergonzoso. Camps ha demostrado su propia incapacidad para el cargo, pero tal evidencia queda en parte mitigada porque no pudo nombrar a su propio equipo. Sus altos cargos son fruto de un reparto entre Més por Mallorca y Més por Menorca. Ha habido poca sintonía entre ellos y finalmente han chocado con la consellera. Así es imposible que funcione una institución.

El aterrizaje de Maite Salord. En más de tres décadas de autogobierno jamás había pasado lo que ayer aconteció en Palma. La presidenta de Menorca, Maite Salord, antigua valedora de Esperança Camps, aterrizó ayer en Palma para poner orden dentro de un departamento del Govern Armengol. Tomó la voz cantante a la hora de exigir dimisiones de cargos importantes de la Conselleria. Tal actitud explica que la crisis se precipitase y que Camps se sintiese sola y decidiese dimitir dejando al Consolat en ridículo a la hora de presentar la tan cacareada Oficina Anticorrupción. Salord precipitó la crisis de una institución superior. Fue lo nunca visto, con Armengol callada.

La responsabilidad de Armengol. Una presidenta del Govern no puede flotar por encima de los problemas. Es la responsable del poder ejecutivo. Suya (y no de otros) es la atribución de los nombramientos y de los ceses. Los cargos intermedios de las consellerias no pueden ser resultado de componendas. Armengol ha de poner orden, sabiendo que está al frente de una complicada coalición, y no debe repetir los errores de los pactos anteriores. Ayer no estuvo a la altura.