El hecho de que la Junta Insular del PP decidiese el lunes enviar 23 nombres a Madrid para que la cúpula de la calle Génova designe al cabeza de lista por Balears es la más clara muestra del grado de división interna que existe en un partido que siempre se había mostrado capaz de designar a sus candidatos y a sus líderes. Ahora no. La lucha fratricida entre regionalistas y rodriguistas está alcanzando niveles tragicómicos, de organización sin norte y sin capacidad de consenso. Y, además, sin posibilidades de que haya de momento un congreso para clarificar las cosas hasta que haya terminado todo el proceso electoral.

Parar a Rotger. Este alud de candidatos, incluidos algunos muy jóvenes, empujados a presentarse en el último momento, se hizo para impedir que Pere Rotger alcanzase la designación. Rodríguez no podía consentirlo porque suponía un avance de los regionalistas y dejaba al PP de Palma fuera de las listas. El resultado es que será Madrid el que designe al candidato, como si en Mallorca sus afiliados y sus dirigentes fueran niños de patio de colegio incapaces de ponerse de acuerdo. Por eso la delegada Teresa Palmer se presentó en el último momento. Sabe que es la preferida de Madrid. En todo caso, el PP balear ha dado un espectáculo que le puede salir caro en las urnas.

Pelea sin cuartel. A causa de su división interna, el PP parece más inmerso en un proceso congresual que en la elaboración de una candidatura con garantías de éxito. Una formación que ha sido hegemónica en el poder, o que ha demostrado notable fuerza y coherencia cuando estaba en la oposición, parece ahora una olla de grillos incapaz de mirar por los intereses generales de la Comunitat. La etapa de Bauzá, tan fracasada en la cuestión social como en la política, ha degenerado en una pelea sin cuartel. Lo cierto es que no existe en estos momentos ningún buen augurio, de cara a las elecciones del 26-J, para el partido de centro-derecha que ha gobernado Balears durante tantos años.