Mucho se especula sobre la trascendencia de cada cita electoral, la interpretación al sentido del voto que los ciudadanos depositan en las urnas. Este pasado 26-J no es una excepción, entre otras razones porque hay una lectura en clave autonómica, del mismo modo que la tenían las elecciones europeas en las que irrumpió Podemos de manera sorpresiva hasta alcanzar el papel actual que tiene en la izquierda española. Balears ha cambiado, de manera significativa, el sentido del voto en estos seis últimos meses, entre diciembre de 2015 y junio de 2016, para situar, de nuevo, al Partido Popular como el eje político a considerable distancia de sus adversarios.

El voto conservador vuelve. La recuperación del PP balear, cuyos dirigentes ya acarician la posibilidad de regresar al Govern dentro de tres años, se produce a pesar de la notable división interna y clara ausencia de liderazgo; situación de la que hay que responsabilizar a su cúpula anterior y que ha dejado en un estado de interinidad a toda la estructura actual. Sin embargo, la base electoral que el 20-D buscó en otros partidos una alternativa o, sencillamente, optó por la abstención, ha regresado al PP –incluso a costa de C’s– para apuntalar la contención de lo que las encuestas vaticinaban como el avance de la izquierda en los comicios del 26-J; incluso con la victoria de la versión más radical.

El problema de la izquierda. Los socialistas ha evitado la debacle que vaticinaban los sondeos preelectorales, el retroceso ha sido muy inferior al previsto y conserva su representación institucional. Sin embargo, la coalición de Units Podem Més ha resultado fallida en sus expectativas, debido, en buena medida, al rechazo de la masa electoral de los ecosoberanistas de Més; incómodos en su alianza con una formación de ámbito estatal y muy alejados todavía del independentismo insular. El freno de Podemos estabiliza al Govern del Pacte, pero obliga a replantear el rol de sus socios.