La dimisión del presidente de la junta territorial del Partido Popular en Palma, José María Rodríguez Barberá, supone el fin de la carrera política de uno de los dirigentes conservadores más destacados de las últimas décadas; un superviviente nato a todos los avatares de esta formación y en la que había generado su propia corriente y estilo acuñado como el rodriguismo. Acuciado por el sumario de la trama de la corrupción en la Policía Local, Rodríguez ha decidido alejarse del foco mediático para dedicarse a trabajar en su defensa, y con él también se van quienes han sido sus fieles y legales colaboradores mientras se abre en el PP palmesano una etapa de incertidumbre sobre su sucesión.

Pieza clave. Rodríguez había convertido la poderosa junta territorial de Palma en un auténtico fortín electoral del PP, una pieza indispensable para apuntalar las victorias conservadoras en las urnas en otros ámbitos. Esta ha sido, durante décadas, la base sobre la que se ha cimentado el poder del rodriguismo, que se ha impuesto incluso cuando ha tenido en contra la estructura oficial en Balears y Madrid. De este modo se ha cincelado una imagen, un estilo, al que tampoco le faltaban voces críticas, dentro y fuera del PP, pero que daba la impresión de no hacer mella en su principal protagonista.

Luces y sombras. No abundan en Balears personajes con la trayectoria política de José María Rodríguez, el cual siempre ha tenido más a gala el poder que ha detentado que los cargos que ha ocupado –teniente de alcalde del Ajuntament de Palma, conseller del Govern y delegado del Gobierno, cargo este último del que dimitió tras su imputación en el ‘caso Over’–. Vencedor en todos los congresos internos con los que revalidó su mando en la junta palmesana del PP, ha sido su vinculación –a pesar de que no aparece siquiera como investigado– en la instrucción judicial de la trama policial en la Policía Local palmesana. Rodríguez se va y con él también el rodriguismo, todo un modo de hacer política.