La presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, dio ayer un gran paso con la convocatoria de la sesión de investidura para el próximo 30 de agosto. Ha habido mucho retraso en esta convocatoria ya que Rajoy no tenía hasta ayer garantizados los votos de Ciudadanos para la primera votación, si bien es insuficiente para que el líder del PP resulte elegido. Harán falta más votaciones o, si no se remedia, España irá a unas terceras elecciones, que previsiblemente se celebrarían el 25 de diciembre.

Primeros apoyos. El acuerdo entre Rajoy y Riviera estaba cantado y permite al líder del PP ir con 170 diputados a favor a la sesión de investidura, si contamos con los votos de Coalición Canaria. Pero no son suficientes. Hace falta que, en una segunda votación, alguna otra formación política se abstenga o, en caso contrario, se repetirán las elecciones. El PSOE ha dicho que votará ‘no’ y no se mueve ni un ápice de su postura inicial. No quiere que Rajoy gobierne, pero tampoco aspira a promover un gobierno alternativo de izquierdas pese a los intentos de Iglesias. En estos momentos, Sánchez ni quiere que Rajoy sea presidente, ni desea unas terceras elecciones y no contempla un gobierno de izquierdas. La postura de Sánchez resulta incomprensible. Porque lo que puede ocurrir es que en las terceras elecciones sean su losa política, el punto final a su carrera política. Cuesta creer que Sánchez no haya valorado esta posibilidad y se arriesgue a unas terceras elecciones en lugar de buscar un acuerdo con Rajoy para evitarlas. Hay muchos caminos para no tener que celebrar las terceras elecciones. Por ejemplo, alcanzar acuerdos en varias materias y delimitar la legislatura, con una reforma constitucional por el camino. Pero Sánchez sigue instalado en el no. Precisamente, el líder socialista estará hoy en Eivissa para explicar su postura ante la investidura de Rajoy.

Pensar en el interés general. Algún medio nacional planteaba ayer en su editorial que el problema de los políticos españoles es que piensan más en sus intereses personales y políticos que en el interés general. Es una realidad que hace falta más política de Estado y menos política partidista. Pero para eso, como decía Churchill, «el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones».