Dos pilares sostienen el discurso pronunciado ayer por Mariano Rajoy en un intento desesperado para ser hoy investido presidente: el desarrollar una política moderada desde el diálogo y, como novedad, una llamada a los partidos constitucionalistas para sedimentar la unidad de España en una evidente mano tendida al PSOE para que se abstenga ante el empuje secesionista catalán. Rajoy ha sido hábil en su exposición, muy templada y medida, aunque todo indica que de nada le servirá en este primer envite porque la decisión socialista de recharzarle, al menos por ahora, parece inamovible.

Puntos comunes. Esta llamada a la unidad nacional, después de que Rajoy haya mantenido una posición de confrontación con la Generalitat durante cuatro años, es la apuesta más segura. Sabe que el punto débil socialista son algunas de sus baronías regionales, comenzando por la andaluza, que comparten con el PP su absoluta convicción de que es preciso frenar el proceso catalán. De ahí podrían salir, no esta semana pero sí en octubre, las abstenciones socialistas suficientes para que Rajoy siga en Moncloa. De hecho, Sánchez lo tiene cada vez más complicado si quiere eternizar un bloqueo que, como salida final y no deseada, podría provocar las primeras elecciones generales navideñas de la historia de España.

Sánchez ha de ceder. En términos ajedrecísticos, Pedro Sánchez está enrocado. Mantiene mucha fuerza, pero su capacidad de movimiento está limitadísima. No puede intentar un gobierno con Podemos con el apoyo externo de los nacionalistas catalanes y vascos porque se le sublevarían una parte significativa de sus barones regionales. Además, el poder económico también pondría el grito en el cielo. Por contra, si en una futura e inevitable nueva sesión de investidura dentro de unas semanas deja gobernar a un débil Rajoy, desatascará la situación, aliviará a una población cada vez más preocupada y abrirá el camino del cambio a medio plazo. Pero hoy toca decir ‘no’ a Rajoy.