El PSOE ha entrado en una dinámica de autodestrucción impensable en apenas cuarenta y ocho horas. La formación con más solera del espectro político español se encuentra sin dirección, dividida y enfrentada entre partidarios y detractores del secretario general, Pedro Sánchez, que ha quedado superado por el colapso institucional en el que se encuentra sumido el país. Los acontecimientos se suceden a velocidad de vértigo desde que el miércoles el expresidente socialista Felipe González confesase que se sentía «frustrado y engañado» por Sánchez al no haberse abstenido, como al parecer era su intención, en la segunda votación para la investidura de Mariano Rajoy.

Espiral desquiciada. La respuesta, no exenta de arrogancia, de Sánchez y el reto lanzado a los barones territoriales más críticos, en especial a la dirigente andaluza Susana Díaz, desencadenó la dimisión de 17 integrantes de la ejecutiva para forzar su salida. El esperpento se instaló ayer en la sede del PSOE, cuando el cuestionado secretario general se atrincheró con sus fieles, entre ellos la presidenta balear, Francina Armengol, para convocar un congreso extraordinario en noviembre y una consulta a la militancia a finales del mes de octubre. Díaz, que se perfila como la alternativa, rechazó la propuesta y mantiene la necesidad de anteponer los intereses de España a los del partido.

Desconexión social. El problema más grave al que se enfrenta el PSOE en estos momentos es una contrastada desconexión con la sociedad. Los últimos resultados electorales reflejan un retroceso imparable que, sin duda, el espectáculo de estos días agrava en beneficio de sus principales adversarios. Sin embargo, sería un error atribuir toda la responsabilidad del espectáculo a Sánchez, cuya posición quedó en entredicho desde el mismo momento en que Podemos cerró cualquier posibilidad de acuerdo razonable, en el que también estuviese Ciudadanos, para favorecer un cambio en el Gobierno. Ahora apenas quedan salidas dignas para los socialistas.