La inapelable victoria del candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, frente a la opción demócrata de Hillary Clinton se presenta como una sorpresa en Europa. Los medios económicos asimilaban con rapidez la irrupción del histriónico –al menos en apariencia– empresario de éxito en su estreno en la política, mientras los analistas tratan de explicar las claves de su triunfo arrollador, indetectable para las encuestas. Todo indica que lo ocurrido el martes en Estados Unidos ha sido la respuesta a un clima de protesta soterrada, de incomodidad social derivada de la crisis que ha decidido apoyar la opción más simple y directa, populista si se prefiere, a los problemas que sufren amplias capas de la sociedad norteamericana. El fenómeno también se da en Europea. Ahora ha saltado el océano Atlántico.

Voto pasional. Trump llegará a ser presidente en enero de la primera potencia mundial gracias a una hábil y efectista campaña electoral, capaz de superar momentos adversos gracias, en buena medida, a la debilidad de su contrincante; una Clinton que en ningún momento llegó a encandilar a sus propias bases. Buena parte de los feudos tradicionales de voto demócrata –en las grandes zonas industriales del norte del país– le han dado la espalda, entre otros motivos por haber quedado asoladas por los efectos de la recesión y el paro. En este contexto es cuando cala, a modo de ejemplo, el mensaje de una barrera física con México para frenar la inmigración ilegal, por aberrante que pueda parecer en nuestras latitudes.

La conciliación. De todos modos, cuando se ha confirmado que tenía asegurado el cargo de presidente, Trump no ha dudado en suavizar sus proclamas con respecto a las que lanzó durante la batalla electoral. Habrá que esperar a los primeros compases de su mandato para saber cuánto ha habido de cohetería efectista y qué subyace en realidad en sus alarmantes promesas lanzadas durante los últimos meses. La incertidumbre se apodera el mundo.