El congreso nacional del Partido Popular ha confirmado el liderazgo indiscutible de Mariano Rajoy, que se ha mantenido inamovible en sus postulados de político previsible. Sin ninguna oposición –no había ningún candidato alternativo–, Rajoy ha revalidado el cargo de presidente de los conservadores y, de paso, a todo su equipo de colaboradores, empezando por la secretaria general, María Dolores de Cospedal. Nada ni nadie modifica los hábitos de uno de los políticos más veteranos de la escena estatal, que ha ganado el pulso interno a los círculos próximos al expresidente Aznar, con Esperanza Aguirre a la cabeza, en plena tormenta judicial por la corrupción y el ‘caso Gürtel’.

Sin renovación. Con Rajoy no hay golpes de timón ni cambios de rumbo en un PP que se presenta como un bloque unido, quizá el principal valor político de la formación frente a sus adversarios de la izquierda. La cúpula no se renueva –Maíllo asciende a coordinador general–, una manera de dar por buena la gestión realizada ante los numerosos casos de corrupción en los que está involucrado el partido, que permanece impermeable a sus efectos electorales. Además, la tenacidad de la que ha hecho gala Mariano Rajoy le ha permitido mantenerse al frente del Gobierno; incluso con la colaboración –por abstención– del PSOE. La imagen que proyecta el congreso del PP no deja de tener un punto de engañosa, la crítica interna existe aunque no se haga pública y la respuesta ante la corrupción política ha sido débil.

Efecto en Balears. La unanimidad en torno a Rajoy y su equipo abre la incógnita respecto a las consecuencias que tendrá sobre el próximo congreso regional de Balears, donde se mantienen hasta cuatro candidaturas abiertas para hacerse con el control del PP balear. Las próximas semanas serán decisivas para determinar la magnitud de las fisuras abiertas entre la militancia, dividida –como dejan patentes las crónicas del congreso– hasta unos extremos que incomodan hasta a las mismas bases. El futuro también se ha escrito estos días en Madrid.