La primera intervención ante el Congreso del nuevo presidente norteamericano, Donald Trump, ha sido el escenario elegido para ofrecer un talante más conciliador en algunos de los aspectos más polémicos desde su llegada al cargo. Sin abandonar los postulados que le auparon hasta la Casa Blanca, Trump se mostró dispuesto a pactar una ley migratoria con los demócratas y reiteró su compromiso con sus principales aliados occidentales. Las próximas semanas permitirán determinar si su estreno en el Capitolio fue una mera puesta en escena o el principio de una dinámica gubernamental más flexible en Washington, tal y como intuyen algunos analistas.

Cambio de registro. Lo más sorprendente de la alocución de Trump es el nuevo tono que utilizó para abordar las cuestiones más conflictivas desde que ocupa el Despacho Oval, un –todavía aparente– espíritu más amable con el que podría trabar apoyos estratégicos con determinados sectores demócratas. El fin y a la postre, se trata de suavizar la imagen de agresividad que acompaña a Donald Trump, una impronta que le está generando importantes reticencias fuera de sus propias fronteras. En estos momentos las simpatías del presidente americano fuera de su país están bajo mínimos, como lo demuestra el retraso en la visita prevista a Gran Bretaña. Los inoportunos comentarios sobre Francia o Suecia, por citar sólo dos ejemplos, en poco o nada ayudan a la popularidad exterior de Trump.

Armas e impuestos. Trump pidió ante el Congreso un incremento de los fondos destinados a Defensa, un rearme que genera preocupación e inquietud, al mismo tiempo que prometía una reforma fiscal a la baja. Las intenciones de la nueva Administración norteamericana generan complejas tensiones que los mercados acaban resolviendo de manera impredecible, y no siempre de acuerdo con las intenciones iniciales. Este parece que es el peligroso juego en el que Donald Trump se siente especialmente cómodo.