La conmemoración del Día Internacional de la Mujer debería ser una jornada anacrónica y sin sentido, pero no es así. La equiparación de derechos entre hombres y mujeres dista mucho, todavía, de ser una realidad palpable; incluso en las sociedades más avanzadas. España, por desgracia, no es una excepción. En nuestro país se siguen perpetuando roles sexistas, la brecha salarial entre hombres y mujeres sigue favoreciendo a los primeros y la violencia de género es una realidad dramática que no deja de crecer. No cabe duda de que se han logrado avances importantes en la igualdad, pero la lucha feminista sigue siendo una necesidad para avivar las conciencias.

La educación, la clave. El papel de los educadores en la erradicación de los estereotipos referidos a las mujeres es fundamental, una tarea en la que es indudable el cambio radical logrado en las últimas décadas. Sin embargo, este esfuerzo topa con una realidad muy diferente en la calle, en el trabajo e incluso en determinados ambientes familiares. El mundo laboral requiere un esfuerzo suplementario para las mujeres. Los programas de conciliación familiar son incipientes o, sencillamente, inexistentes en muchas empresas. El marco legal es todavía insuficiente para situar en el mismo rango a hombres y mujeres.

La sociedad no cambia. El problema de fondo, la raíz que obliga a mantener la vigencia del Día Internacional de la Mujer es el inmovilismo global de las sociedades para asumir la nueva dinámica que supone la incorporación de la mujer a campos en los que su presencia ha estado vetada o, simplemente, ha sido anecdótica durante siglos. El llamado empoderamiento femenino sólo está dando sus primeros pasos, y para ello es preciso un notable esfuerzo del conjunto de la sociedad para huir de arquetipos trasnochados y ampliar con valentía los avances logrados. El objetivo no es situar a hombres o mujeres por delante unos de otros, se trata de alcanzar la igualdad de trato y oportunidades de todas las personas.