El hecho de que tres padres de futbolistas infantiles hayan presentado denuncia por lesiones tras la tangana que se organizó entre progenitores en el partido Alaró-Collerense debería llenar de vergüenza al conjunto de la sociedad. A ello hay que añadir que hace pocos días el árbitro del partido Llucmajor-Baleares Sin Fronteras, de 18 años, fue agredido en un acto de forofismo incalificable, más tratándose de un choque de Segunda Regional donde se supone que el amateurismo y el ‘fair play’ deberían presidir este tipo de partidos. Ya basta de que el fútbol se convierta en válvula de escape de frustraciones personales y acabe a puñetazos. Una sociedad culta, democrática y desarrollada debe erradicar estas prácticas tercermundistas.

El mito del fútbol. El balompié es un fenómeno social sin precedentes que no ha hecho otra cosa que crecer generación tras generación desde hace más de un siglo. El desarrollo de la televisión ha engrandecido aún más esta mitología contemporánea. Los astros del fútbol, deificados por los medios de comunicación, ganan cantidades mareantes de dinero. En este contexto, el fútbol está perdiendo (sobre todo a ojos de no pocos padres de infantiles y juveniles) la perspectiva de que el deporte es salud y desarrollo personal, para convertirse en la esperanza de que algún día verán a su hijo millonario. De ahí que un partido de niños pueda llegar a convertirse en batalla campal.

Recuperar el espíritu. El deporte nació como sublime esfuerzo humano de canalizar la agresividad hacia las leyes de la lógica, el sacrificio y el respeto por el adversario. Este espíritu originario se está perdiendo. Y tal obsesión por ganar a cualquier precio se vuelve no sólo antisocial, sino incluso ilógica e incalificable cuando padres de infantiles se enzarzan a golpes. Es necesario que los poderes públicos, las federaciones y todo el mundo del fútbol se movilice para acabar con estos espectáculos deprimentes. Lo ocurrido en Alaró no tiene nombre, ofende a todos por su estupidez y cerrazón.