Pocos meses después de su llegada a la Casa Blanca, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha mostrado sus intenciones en materia de política exterior; aunque ello signifique una clara contradicción con manifestaciones durante la campaña electoral. El discurso de Trump como candidato se centraba en la necesidad de priorizar los problemas internos de Estados Unidos, en especial los derivados de la inmigración y la economía. Sin embargo, desde el Despacho Oval ya ha indicado la trayectoria de su política exterior, mucho más basada en la exhibición de fuerza militar que en la diplomacia.

Tensión en Corea. Durante los últimos días, Estados Unidos ha desplegado un importante dispositivo militar frente a las costas de Corea del Norte, una clara advertencia contra el régimen de Kim Jong-un y sus reiteradas amenazas derivadas del lanzamiento en prueba de misiles. De hecho, ayer, Pyongyang mostró en su desfile conmemorativo de su fiesta nacional un nuevo misil balístico, al tiempo que reiteraba su disposición a la confrontación nuclear con los Estados Unidos. La tensión en la península de Corea y en toda la zona es máxima, a la espera de un gesto por alguna de las partes que permita rebajar la escalada actual.

Siria y Afganistán. El presidente norteamericano está desplegando todo el potencial armamentístico de su ejército en diferentes conflictos, una dinámica acelerada en las últimas semanas. Los casos más recientes en los que Donald Trump ha ordenado la intervención militar ha sido en Siria, atacando una base como represalia a la utilización de gases tóxicos por parte del ejército de Bachar Al-Asad, y ordenando el lanzamiento de la mayor bomba convencional, con una capacidad previa a la nuclear, para hundir el entramado de túneles en los que se refugian los talibanes en las montañas de Afganistán. Trump orienta en sentido opuesto al de su predecesor en el cargo su política exterior, una fórmula belicista de imprevisibles consecuencias.