La celebración del Primero de Mayo en Ibiza fue ayer uno de los más flojos en participación que se recuerdan. Lo mismo puede decirse de los acontecido en otras capitales españolas. Es un hecho incuestionable: los sindicatos pierden poder de convocatoria de manera alarmante. De hecho, en Ibiza los asistentes eran en buena parte delegados sindicales cumpliendo con una obligación. Apenas se dieron cita 300 personas. Los trabajadores están dejando de considerar esta jornada como el día de sus reivindicaciones. Se ha convertido en una festividad más del año, sin más consecuencias.

El mundo cambia. El problema de los sindicatos es que se están quedando anclados en el pasado. Una sociedad que ha sido azotada por la crisis, el paro y la precariedad, encara no obstante su futuro consciente de que sólo podrá salir adelante a partir del esfuerzo personal, la capacidad de autoinvertarse en cada reto y la adaptación a los nuevos tiempos de una estructura económica más tecnificada, dinámica y abierta. Los viejos arquetipos se están quedando atrás. Es más: la estructura sindical se vuelve cada vez más dependiente de delegados sindicales procedentes de empresas públicas o funcionariales, un estamento que tiene asegurado su puesto de trabajo.

Organizaciones obsoletas. Los sindicatos deben hacer una profunda reflexión sobre cuál debe ser su papel en el presente, porque la realidad les está desbordando por ambos flancos. Es tal la agilidad con que se mueve y se desarrolla el tejido productivo, que las burocracias sindicales ven pasar los nuevos tiempos a un ritmo vertiginoso sin poder ofrecer capacidad de reacción. Su única aparente repuesta se produce un día al año, el Primero de Mayo, con frases grandielocuentes y algunos gritos de autoaliento que cada vez encuentran menos eco. O los sindicatos cambian y renuevan su pensamiento y praxis o corren el peligro de convertirse en impotentes testigos de una colectividad que busca nuevos caminos de desarrollo, autoestima y fe en el progreso.