La conferencia de Puigdemont en una dependencia del Ayuntamiento de Madrid para explicar la archiconocida vía catalana hacia el referéndum de autodeterminación en septiembre u octubre sólo sirve para constatar que sigue el diálogo de sordos entre Moncloa y Generalitat. A ello hay que añadir la tensión creada por la filtración de un borrador en el que Puigdemont y su Govern prevén proclamar la independencia de forma unilateral caso de que sea imposible celebrar este referéndum. Puigdemont insiste en que habrá urnas, pero luego trasciende oficiosamente que guarda en la bocamanga la carta de la ruptura por sorpresa. Y Rajoy se indigna, pero no se mueve.

Guerra de nervios. Todo indica, incluida la conferencia de ayer, que la Generalitat sigue inyectando tensión a la batalla de nervios que mantiene con el poder central. Busca sacar a Rajoy de sus casillas, extremo muy difícil de lograr. En Barcelona existe la convicción, tal vez incierta, de que la parte en conflicto que se extralimite cometerá un gran error ante la opinión pública y los gobiernos extranjeros. De ahí esta partida de póker. Rajoy ha invitado a Puigdemont a intervenir en el Congreso y éste lo ha rechazado porque aplaza tal posibilidad a que antes haya ‘un acuerdo previo’ sobre el referéndum, extremo que jamás aceptará Rajoy. Puigdemont lo sabe, pero insiste. Busca desequilibrarle.

Desgaste. Aparentemente, la estrategia de Puigdemont no conduce a ningún lado. Sin embargo, busca tres objetivos: desgastar a Rajoy, tensar la cuerda con jueces y fiscales en torno a los políticos catalanes imputados y, sobre todo, que en Madrid se interiorice que Catalunya es una pesadilla, un dolor de muelas para el Estado español. La meta es que Moncloa se harte y acepte el reto del referéndum, que perfectamente puede ganar el constitucionalismo. Pero para eso tiene que caer Rajoy y que se produzca un vuelco político en la capital. Esa es la clave de este conflicto de sordos.