La protesta realizada por una decena de jóvenes pertenecientes a Arran, un grupo juvenil de la izquierda independentista, en un céntrico restaurante de Palma y del que dejaron constancia en las redes sociales, es la expresión más radical, hasta ahora, de la turismofobia en Balears. Un portavoz de la propia organización ha confirmado que se están preparando acciones similares en las próximas semanas. La dinámica es peligrosa e inaceptable y resulta incomprensible la tibieza de la reacción por parte de los responsables de la Conselleria de Turisme. La repulsa a este tipo de movimientos no puede admitir matices, como tampoco conduce a nada tratar de ocultar su existencia.

Una estrategia alimentada. Durante los últimos meses, la actividad turística está centrando el debate social, promovido, en buena medida, por el importante incremento del número de visitantes que llegan a las Islas. Los problemas derivados de esta situación –aumento del tráfico y de los transeúntes, saturación en Palma, en el litoral y enclaves más emblemáticos, consumo de recursos naturales, incremento de las basuras, altercados...– y el debate sobre la incidencia del alquiler vacacional en el mercado inmobiliario han acabado generando el caldo de cultivo óptimo para intervenciones como las de Arran que, además, amenaza con repetirlas.

Sin respuesta institucional. Siendo inaceptables y peligrosas las formas de Arran, que siguen el precedente del ataque a un autobús turístico en Barcelona, no puede obviarse la confusión con la que las principales instituciones de las Islas están abordando el enorme aumento de la demanda turística durante estos meses. Los mensajes contradictorios desde el poder político han abonado, todavía más, la sensación de caos ante un problema serio que requiere mayor temple y claridad de ideas. El acoso a los turistas es el primer paso que conducirá al precipicio a la principal industria de Balears, la primera de nuestras fuentes de bienestar.