La actuación de los Mossos d’Esquadra tras los atentados de Catalunya ha despertado una corriente de simpatía en toda España. Se trata de un cuerpo de casi 17.000 efectivos. La rapidez y la contundencia con que han actuado ha merecido la aprobación social e institucional. Su mayor, Josep Lluís Trapero, se ha convertido en uno de los protagonistas de estas jornadas terribles por la agilidad y decisión a la hora de actuar y por su claridad, capacidad de síntesis y transparencia al comparecer ante los medios de comunicación, logrando así un objetivo clave: calmar a una población traumatizada.

Mayor coordinación. Es un éxito abatir a seis terroristas, atrapar a cuatro e identificar a los dos que murieron en la explosión de Alcanar. Pero se echa en falta más coordinación entre los diferentes cuerpos de seguridad en los meses previos a los atentados. El imán de Ripoll siguió en España tras salir de la cárcel por tráfico de drogas porque un juez consideró innecesario expulsarle. Lo lógico es que esta información fuese difundida a todas las policías. De vigilarle, se habría descubierto que acaparaba bombonas y fabricaba bombas en un chalet okupado. El imán también pululó cerca de Bruselas, donde despertó sospechas. Este individuo debió estar controlado. Sin datos, a nadie se le podría ocurrir que montaría una célula de fanáticos en la sosegada Ripoll. Falta colaboración y que los Mossos se integren en la Europol para conocer movimientos de sospechosos.

Profesionalidad. Por encima de claroscuros y de cierta tendencia a ocultar la colaboración de otros cuerpos de seguridad, lo indudable es que los Mossos han dado muestras de una gran competencia. El terrorismo fanático ha puesto contra las cuerdas a organismos tan renombrados como Scotland Yard o la policía francesa, nada menos. Los Mossos han demostrado un excelente nivel. Su profesionalidad es una garantía para Catalunya y todos sus ciudadanos.