El anuncio de la disolución de ETA, que corrió a cargo de su máximo dirigente, ‘Josu Ternera’, supone un paso más en la desaparición de la banda que deja un reguero de muerte y destrucción. El saldo de asesinatos supera los 820, además de los secuestrados y miles de heridos, al igual que las extorsiones para recaudar el llamado ‘impuesto revolucionario’. El comunicado de la organización terrorista es otro paso más, imprescindible, hacia su total desaparición pero como el anterior, en el que se perdía en parte perdón a sus víctimas, es incompleto.

Asumir sus responsabilidades.
Más allá de la retórica triunfalista del comunicado de ETA, lo cierto es que el de ayer confirma su derrota frente al Estado de derecho y, admitiendo el enorme paso en favor de la paz, hay gestos que todavía están pendientes de materializarse. Junto con su desaparición, ETA no puede dejar pendientes de aclarar centenares de asesinatos que llevó a cabo y, por supuesto, falta por entregar todo su arsenal de armas y explosivos. Ha sido mucho, demasiado, el dolor provocado para que se trate de justificar con argumentos inconsistentes. El final de ETA no admite condiciones, y menos unilaterales, como pretende plantear en sus últimas comunicaciones públicas.

La extinción de la banda.
La organización terrorista ETA desaparecerá por pura y simple extinción, ahogada en su propia trampa, agotado su discurso y cercada por el Estado de derecho. Esta es la gran victoria de los demócratas. Con violencia no se logra ningún objetivo político en democracia, una lección que ETA ha tardado más de cuarenta años en aprender. A partir de ahora es preciso gestionar la nueva situación política y social que se genera dentro y fuera del País Vasco, aprovechar la destreza de nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado para combatir las nuevas formas de terrorismo y vacunar las nuevas generaciones frente a la tentación de la violencia.