Mariano Rajoy anunció ayer su renuncia a seguir adelante con el liderazgo del PP, una vez que el pasado viernes salió derrotado de la moción de censura que le interpuso el socialista Pedro Sánchez. Acaba así una trayectoria política que le ha situado en la primera línea desde 1996 –cuando fue nombrado ministro por José María Aznar–, y en especial desde 2011, cuando accedió a la Presidencia del Gobierno, hasta ahora. En el inevitable balance de su gestión es preciso reconocer sus aciertos en el terreno económico, pero sus clamorosos fracasos en el terreno político. La inacción, tanto para atajar la corrupción en su partido como para resolver el conflicto catalán, que en tantas ocasiones agotó a sus adversarios, ha supuesto su final.

Méritos económicos.
Rajoy tuvo que capear una de las crisis económicas más profundas que ha sufrido España, la cual estuvo a punto de provocar la intervención de la Unión Europea. Los severos recortes sociales, que la izquierda le ha criticado con dureza, y la firmeza en la idoneidad de sus recetas liberales ha logrado, y es justo así reconocerlo, la salida de la recesión y la creación de empleo. La economía española vive un momento de expansión que es preciso consolidar. Sin embargo, Rajoy no ha sabido comprender que la economía no es suficiente para el triunfo en la política.

El fracaso social y político.
El Gobierno y el PP que ha dirigido Rajoy ha mostrado una insensibilidad social –la cuantía de las pensiones es un punto paradigmático– y una falta de empatía esencial en los tiempos actuales. El inmovilismo ante el conflicto secesionista de Catalunya, dejando en manos de los jueces la solución del problema, es un gravísimo error de consecuencias todavía impredecibles. Una actitud idéntica en los sucesivos casos de corrupción que han salpicado al PP, hasta que la sentencia del ‘caso Gürtel’ sitúa al partido en el centro de la trama y acaba provocando su abrupta salida. Sin Rajoy, el PP inicia una nueva etapa.