El asesinato de Sacramento Roca, apuñalada por su expareja en el centro comercial de Palma donde trabajaba, es una prueba más de la necesidad de seguir trabajando contra la violencia machista, una lacra social que no se logra extirpar de manera definitiva. El ataque mortal del viernes es un fracaso del conjunto de la sociedad, la constatación de que hay quienes mantienen las relaciones personales en clave de una posesión que justifica cualquier acción, por violenta que sea, cuando fracasan. Se ha logrado avanzar contra del machismo, pero no cabe duda de que todavía hay mucho trabajo por hacer.

Cuando aparecen los indicios.
Cuándo y en qué momento se pierde el juicio y sale el monstruo asesino es una pregunta que no tiene respuestas definidas, más cuando se dan circunstancias tan dolorosas como las vividas el viernes por la tarde en el centro comercial palmesano atestado de clientes. La víctima había roto la relación a causa de los malos tratos de que era objeto y las situaciones de acoso vividas, indicios de que había un peligro larvado que se ha acabado confirmado. España es, probablemente, uno de los países europeos con más conciencia social de lucha contra el machismo y la violencia de género, pero es preciso seguir perseverando –en especial, desde los centros escolares– hasta lograr la erradicación de estos comportamientos. En el caso de Sacramento resulta evidente que ha llegado demasiado tarde.

Un problema muy serio.
Aunque la de este viernes sea la primera víctima mortal del año por violencia de género en Balears, es obvio que no se logra poner punto final a este tipo de comportamientos, clavados a fuego en determinadas personas con independencia de su formación o extracción económica o social. Hay un machismo crónico que no quiere dar su brazo a torcer, que siempre encuentra alguna explicación o justificación a los comportamientos más aberrantes. Es la expresión de un deseo, pero Sacramento tiene que ser la última víctima.