Ayer concluyó en Roma la cumbre de expertos y representantes de las diferentes conferencias episcopales, convocada por el papa Francisco, para abordar el problema de la pederastia en el seno de la Iglesia católica. Durante los últimos años se han sucedido los escándalos de abusos protagonizados por religiosos, alcanzando incluso a integrantes de la jerarquía eclesiástica al más alto nivel. España, por desgracia, no ha sido una excepción, tampoco en lo que hace referencia al nivel de indignación que provoca este tipo de comportamientos; también por la reacción de determinados representantes en la búsqueda de argumentos para justificarlos.

El fin de la impunidad.

El papa Francisco está decidido a poner fin al silencio cómplice de la jerarquía eclesiástica en relación con la pederastia en el seno de la Iglesia católica, un rechazo a la búsqueda de cualquier tipo de tolerancia respecto a los abusos a menores. Estas jornadas en el Vaticano suponen un cambio radical de rumbo en el sentido de priorizar el apoyo a las víctimas y la persecución de los autores imponiendo la jurisdicción civil sobre la eclesiástica. Hay una clara voluntad de dejar de mirar a otro lado, de no dejar resquicios en la condena de unas prácticas que se ven agravadas por las especiales condiciones en las que se producen: entre un sacerdote y un menor.

Pasar a los hechos.

Los trabajos de la amplia comisión que se ha reunido en Roma plantean importantes propuestas y pautas con las que la Iglesia católica afronta la pederastia entre sus miembros más destacados, un problema de una dimensión y trascendencia enorme. El papa Francisco ha mostrado una determinación encomiable para atajar con urgencia una cuestión que requiere una intervención inmediata. El inacabable goteo de casos había formado una atmósfera irrespirable que era preciso romper. Solo cabe esperar que toda la jerarquía asuma sin fisuras el compromiso expresado por el papa contra la pederastia.