El titular del juzgado de instrucción número 9 de Palma ha archivado de manera provisional las actuaciones del llamado ‘caso contratos’. La decisión supone un jarro de agua fría para quienes esperaban encontrar prevaricaciones y malversaciones en algunos cargos públicos de Més. El magistrado señala en su auto que, para la existencia de un delito, es necesaria una ilegalidad «evidente, patente, flagrante y clamorosa», y que incluya la mala fe o una imprudencia palmaria. Las irregularidades no son necesariamente delitos, de la misma manera que los comportamientos inmorales no siempre atentan contra la ley o el derecho.

La debilidad de Més. Lo que sí ha quedado probado en el ‘caso contratos’ es la debilidad de Més para afrontar una crisis seria. Para empezar, la dirección debió pedir a su exjefe de campaña que no participara en concursos públicos, aunque estuviera debidamente capacitado para ello. Eso es lo que se espera de un partido político formado por personas que, además de honestas, son inteligentes, conocen el terreno que pisan y aborrecen enfrentarse a ‘dudas morales’. La misma negativa era necesaria ante la sospecha de que algún contrato público pudiera tenerse por fraccionado. Quien juega con fuego se acaba quemando. Y eso es lo que le pasó a Més.

Una dirección incapaz.Pero lo peor fue observar de qué manera la dirección de Més fue incapaz de cerrar filas ante el supuesto escándalo, cómo se deshilachó de inmediato su discurso y con qué precipitación exigió responsabilidades a su consellera de Cultura, que ni pudo defender su inocencia. Gobernar es algo más serio que tomar decisiones en función de un titular de prensa o de un comentario malicioso; gobernar significa transmitir seguridad y credibilidad ante la opinión pública, algo de lo que adolecía Més cuando le estalló un escándalo que, como tantos otros, acaba en nada por falta de sustancia.